Diez años después de la muerte de Gabriel García Márquez (Colombia, 1927-2014; Premio Nobel de Literatura 1982) ha llegado a las librerías su primera novela póstuma: En agosto nos vemos (Random House, 2024). Mucho se ha discutido sobre si este texto debió ser publicado o no –ya que el autor le dijo a su herederos que esa novela debía ser “destruida”–, pero aquí nos enfocaremos en los aspectos literarios. Redactada (o al menos “corregida”) poco después de Memorias de mis putas tristes (2004), esta nueva novela resulta un complemento, una “respuesta” del propio autor al machismo que muchos vieron en aquella novela. Como sabemos, Memorias… es la historia de un hombre maduro, de noventa años, pero de una sexualidad exacerbada, que se enamora de una adolescente. Por eso GGM intentó con En agosto… hacer la contraparte, contar la historia de Ana Magdalena Bach, una mujer madura (entre los 45 y los 50 años de edad), felizmente casada y con dos hijos, pero que una vez al año se permite tener una aventura sexual con hombres desconocidos y más jóvenes que ella.
p style="background-color: white; box-sizing: border-box; font-family: "Roboto Condensed"; font-weight: 600; margin: 0px 0px 10px; text-align: justify;">La oportunidad para estas aventuras se le presenta en el viaje que hace cada 26 de agosto a una pequeña isla del Caribe, para poner flores en la tumba de su madre. En una de esas peregrinaciones, sin haberlo planeado, invita a pasar la noche juntos a un hombre que, como ella, está sentado solo en el bar del hotel. Las emociones de la protagonista se reflejan en las descripciones del clima y la naturaleza: hay una tormenta eléctrica y las garzas vuelan sobre una laguna próxima al hotel. Cuando Ana se despierta por la mañana, el hombre se ha ido, sin decirle siquiera su nombre. Después, cada año, ella se propone repetir la experiencia con otro extraño.Todo ese episodio es narrado en el primer capítulo de la novela, sin duda el mejor de los seis que la integran. En el segundo capítulo, el autor nos presenta a la familia de Ana. Su esposo es un guapo y talentoso músico, y la pareja parece tener una muy activa vida sexual. Ellos además tienen dos hijos: un joven y talentoso chelista; y una díscola hija, Micaela, que lleva una vida descontrolada. Hasta ahí la novela avanza muy bien; pero los cuatro capítulos restantes solo repiten exactamente el esquema del primero: la llegada de la protagonista a la isla, la búsqueda del amante ocasional, la aventura nocturna, el regreso a casa. Y en cada capítulo la experiencia resulta más decepcionante para la protagonista. Y también para el lector.
Algunas páginas de esta nueva novela nos recuerdan al mejor García Márquez, especialmente por las descripciones y algunos recursos muy propios del autor; como cuando nos da pequeños detalles inesperados acerca de un personaje, detalles que podría ser el germen de un nuevo relato. Pero sólo son chispazos, que están acompañados de páginas completas absolutamente banales, párrafos con sintaxis imprecisa y hasta imágenes literarias fallidas, cosas que no encontramos en las obras mayores de GGM.
Otro elemento que comprueba la decadencia del talento literario del autor es la abundancia de referentes culturales, musicales o literarios. Si antes su frondosa imaginación siempre le permitió crear atmósferas a través del lenguaje y de elementos narrativos, en esta novela tiene que apelar a esos referentes para lograrlo. Y como se sabe, este último es un recurso muy propio de los aprendices de escritores, y no de los maestros de la talla de GGM.
Pero acaso hayan sido los aspectos temáticos lo que finalmente llevó al autor a decidir la “destrucción” de la novela. Como hemos señalado, En agosto nos vemos parece ser una aproximación a la sexualiadad femenina, lo que se comprueba tanto en la historia principal, la de Ana Magdalena, como en la más importante historia secundaria, la de su hija Micaela. Ambas están tratando de vivir su sexualidad libremente, a pesar de los problemas que eso les genera, pero en los dos casos el arrepentimiento y la culpa las lleva a abandonar definitivamente esas aventura. Ana Magdalena elimina el pretexto que tenía para viajar a esa isla cada año, y Micaela se recluye en un convento, donde seguramente tendrá que guardar votos de castidad. No es de ninguna manera la sexualidad libre y gozosa que se nos presentó en el caso del protagonista de Memoria de mis putas tristes.
En agosto nos vemos resulta un boceto todavía defectuoso de lo que pudo ser una buena novela, un trabajo inconcluso y sin un buen final. Pero tratándose de uno de los más grandes escritores del siglo XX, incluso la publicación de un texto menor, como este, se ha convertido en todo un acontecimiento literario.
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