Los gatos mueren con los ojos abiertos

El escritor limeño Pedro Llosa Vélez (1975) se ha identificado desde muy temprano con el cuento como género literario; más específicamente, con el libro de cuentos de carácter “conceptual”, aquel que articula sus relatos en torno a un conjunto reconocible de temas. Así lo ha demostrado en Viento en proa (2002), Protocolo Rorschach (2005), Las visitaciones (2015, mención especial en el Premio Nacional de Literatura) y La medida de todas las cosas (2017), volúmenes que, en conjunto, dan cuenta de su evolución personal, temática y literaria. A ellos se suma ahora Los gatos mueren con los ojos abiertos (Planeta, 2025), un libro integrado por seis cuentos que abordan conflictos propios de la llamada “edad madura”, entendida como un momento de balance, pérdidas y ajustes definitivos.

Uno de los ejes temáticos más visibles es la muerte de los padres o de las figuras paternas, personajes ya ancianos, muchas veces marcados por enfermedades largas y dolorosas. En el cuento inicial, “Flash-Flash”, el narrador evoca el deterioro físico y mental de su padre y del tío Lucho, hermanos entre sí. La historia se construye a partir de recuerdos de infancia del protagonista —como ocurre en casi todos los relatos del libro, cuyos narradores tienen una edad cercana a la del autor— en los que ambas figuras adultas aparecen de forma constante, hasta desembocar en una identificación profunda con ellos. El momento culminante llega cuando el padre, afectado por el alzhéimer, deja de reconocer a su hijo y empieza a llamarlo “Lucho”, nombre que el narrador acepta con una mezcla de desconcierto y emoción, como si ese equívoco fuera el cierre de un ciclo vital.

De temática cercana es “Ya no hay nadie en el espejo”, aunque aquí el foco está puesto en la enfermedad incurable de la madre, desde el diagnóstico hasta la muerte. El protagonista decide acompañarla durante todo el proceso, compartiendo con ella los momentos de bienestar —viajes, paseos, conversaciones— y también los días más duros en hospitales y clínicas. Se trata de un cuento más sombrío y frontal que “Flash-Flash”, menos apoyado en la evocación y más en la experiencia inmediata del dolor; pero en ambos destaca la sobriedad de la prosa y la eficaz alternancia entre los recuerdos luminosos de la infancia y las vivencias ásperas del presente.

El otro gran tema del libro, igualmente asociado a la madurez, es el de las vidas que no se vivieron y, en particular, el de las relaciones de pareja que pudieron ser si se hubieran tomado decisiones distintas. “Sin fisuras” se abre con una cita de T. S. Eliot: “Where is the life we have lost in living” (“¿Dónde está la vida que hemos perdido al vivir?”), y explora una relación amorosa frustrada que estuvo a punto de culminar en matrimonio. Más logrado en su planteamiento y en su escritura resulta “Nada que perder”, en el que el protagonista se enamora y se convierte ocasionalmente en amante de una mujer casada. Un relato que remite de manera explícita a la película Los puentes de Madison, tanto por la situación narrativa como por el tono de melancólica aceptación.

El cuento más extenso y ambicioso del volumen es el que le da título: “Los gatos mueren con los ojos abiertos”. En él, Llosa Vélez intenta articular las dos líneas temáticas ya mencionadas: los amores truncos y la muerte de los seres queridos, simbolizados aquí por los gatos, animales domésticos con los que los personajes establecen intensos vínculos afectivos. Sin embargo, los constantes saltos temporales y la proliferación de gatos cuyas historias se entrecruzan —Lolita, Xica, Lorenzo, Clorinda, Clea, Trilce, entre otros— terminan por diluir el impacto emocional del relato, que se dispersa en una acumulación de detalles poco relevantes y pierde parte de la concentración narrativa que sí tienen otros cuentos.

Pese a estas irregularidades puntuales, Los gatos mueren con los ojos abiertos confirma a Pedro Llosa Vélez como un cuentista sólido y coherente. El mayor acierto está en la mirada honesta, sin concesiones al sentimentalismo ni a la grandilocuencia, con la que aborda temas universales como la pérdida, la memoria y las decisiones que terminan definiendo una vida. Se trata, en suma, de un libro que interpela a cualquiera que haya empezado a mirar su propio pasado con la incómoda lucidez que solo trae consigo el paso del tiempo.


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