Minimosca

El ensayista y crítico literario Gustavo Faverón (Lima, 1966), debutó en la narrativa con El anticuario (2010), una peculiar novela policial que fusionaba la fantasía gótica con el relato de terror. Con su segunda novela, Vivir abajo (2018), amplió y profundizó su universo ficcional, con una aspiración de "totalidad", añadiendo una gran diversidad de elementos provenientes del arte, la historia y la literatura, además de complejos juegos metatextuales. En esa misma línea se encuentra su nueva novela, Minimosca (Peisa, 2025), una obra de gran ambición narrativa y complejidad estructural que, a lo largo de más de 700 páginas, despliega un vasto entramado de historias interconectadas en las que se combinan lo real con lo fantástico, el drama con la parodia y lo libresco con lo grotesco.

El título de la obra remite al personaje de Arturo Valladares, un poeta-boxeador (de la categoría "minimosca") que sobrevive a una masacre y se enfrenta a su propia historia de violencia y desarraigo. Sin embargo, Arturo no es el único eje de la narración, ya que en distintos momentos otros personajes asumen ese rol, como Mónica Buchenwald, Angus White, Richard Diekenborn y Raymunda Walsh. Este descentramiento narrativo se refuerza con la presencia de manuscritos fragmentados, personajes que escriben o reescriben la historia de los otros, y el constante cuestionamiento sobre la autoría y la autenticidad de los relatos.

Faverón juega con los límites entre la realidad y la ficción, generando una atmósfera en la que lo insólito se infiltra en lo cotidiano. En Minimosca, las identidades son inestables y los personajes parecen deslizarse entre diferentes niveles de realidad. Un pintor que se desplaza con un paracaídas o un boxeador que derrota a sus oponentes susurrándoles versos de Vallejo son ejemplos de cómo la novela subvierte las convenciones del realismo. La imposibilidad de distinguir entre lo real y lo imaginado se refuerza con la recurrente presencia de lo grotesco en la novela, ya sea en la descripción de cuerpos mutilados o en la deformación de las identidades. Así, la obra muestra un mundo en crisis, en el que lo estable y lo reconocible se disuelven en la incertidumbre y el caos.

El diálogo con la tradición literaria es otro de los pilares fundamentales de la novela. Minimosca establece conexiones con autores como Cervantes, Borges, Rulfo, Sabato y Bolaño, no solo a través de referencias directas, sino también mediante la apropiación de estructuras y temas característicos de estos escritores. La reescritura y la intertextualidad funcionan como una estrategia para reflexionar sobre la memoria cultural y la herencia literaria. Se generan así abundantes subtramas y un complejo juego de perspectivas que hacen que la lectura de la novela se asemeje a recorrer un laberinto en el que cada pasaje lleva a nuevos descubrimientos y revelaciones inesperadas. Minimosca no busca una lectura pasiva, sino que interpela activamente a quien se adentra en sus páginas.Y aunque el autor establece algunos nexos entre los diversos episodios (de personajes, de orden cronológico, de antecedentes y consecuentes),  en Minimosca no hay “hilo narrativo” que seguir y el sentido se genera a partir del choque, del enfrentamiento entre las distintas historias.  

A pesar de su carácter lúdico y experimental, esta novela no es un mero ejercicio de virtuosismo formal, porque en su núcleo hay una profunda reflexión sobre el mal, la violencia y la fragilidad de la condición humana. Esa reflexión se construye a través de la Historia, aunque sin relatar episodios históricos de manera explícita: el trasfondo de todo es el Holocausto y la violencia latinoamericana, en especial la ejercida por las dictaduras militares de la región, con sus matices fascistas, como en Argentina y Chile. Así, la novela no "relata" directamente estos hechos, sino que los evoca y los convierte en el telón de fondo de lo que viven y narran sus personajes.

La ambición formal y temática de Minimosca la inscribe dentro de la tradición de las grandes novelas totalizadoras de la literatura hispanoamericana. Faverón ha construido un relato de relatos que, como un espejo roto, refleja múltiples verdades y posibilidades. En un panorama en el que predominan el realismo o lo fantástico como caminos separados, Minimosca incursiona en un registro distinto, más arriesgado y expansivo. No se trata de una exploración técnica superficial, sino de un discurso que fluye en una desmesura controlada y que desafía las expectativas del lector promedio, alejándose de aquella literatura mayoritaria, domesticada y más preocupada por complacer (al lector o al reseñista). Más que un experimento narrativo, es una novela que se atreve a ser “otra” narrativa, una que expande los límites de la ficción y que exige un lector dispuesto a sumergirse en su complejidad.


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