La novela está basada en las animadas conversaciones de café de un grupo de amigos en la ciudad de León en 1956. Los temas recurrentes en ellas son dos: la reconstrucción, 40 años después de su muerte, de los últimos momentos de la vida de Rubén Darío (poeta emblemático y casi un símbolo en Nicaragua) y también el irrealizable proyecto de asesinar al dictador Anastasio Somoza. Finalmente, y a pesar de lo poco ortodoxo y discreto de la conspiración, uno de esos amigos –Rigoberto– consigue matar al dictador.
Muchas de las constantes de la narrativa de Ramírez se muestran en esta novela: la preocupación por determinados períodos de la historia de Nicaragua, la prolijidad narrativa y descriptiva, sus casi naturales sentido del humor y de la ironía. La cohesión de estos elementos le permite crear un mundo literario personal, en el que tanto los personajes históricos como los ficticios comparten lo esperpéntico, desmesurado y contradictorio.
Así, Darío no es sólo el gran poeta sino también un alcohólico, obeso e impotente, ampuloso para vestir y para hablar. A Somoza lo vemos en diferentes etapas de su vida como falsificador de monedas, inspector de sanitarios de la Rockefeller Fundation, o asesinando a Leonardo Argüello para llegar al poder. Y, entre otros, también figuran el sabio Debayle –amigo personal de Darío y suegro de Somoza– y una peculiar galería de personajes: La Caimana, Quirón, El León de Nemea, “Pedro Infante”, etc.
Las historias de Darío y de Somoza son contadas en paralelo, apelando a la técnica que MVLL ha denominado “vasos comunicantes” y que permite al narrador, partiendo de ciertos elementos comunes (lugares, situaciones, personajes), pasar continuamente de un relato a otro. Pero lo que más llama la atención en este libro es el trabajo con la sonoridad de las palabras, así como la riqueza y minuciosidad de las descripciones. Todo lo tropical y desmesurado de las culturas centroamericanas y caribeñas, lo barroco y lo “real maravilloso” (como en Carpentier o García Márquez) se conjugan aquí con el arte y el placer propios de las narraciones orales.
Temáticamente lo que Ramírez nos plantea es el viejo problema de la identidad latinoamericana, las dudas entre lo propio y auténtico, representado por Darío (el creador del modernismo) y lo moderno-occidental representado por las novedosas técnicas y aparatos del Dr. Debayle. Los fracasos quirúrgicos de éste (operaciones con propósitos tan absurdos como cambios de color de los ojos) grafican, a través de lo grotesco, los posibles resultados de una modernización a la fuerza en países como Nicaragua. La oposición modernidad-tradición se repite en la otra historia de la novela, esta vez entre el protegido de los yanquis Anastasio Somoza y su asesino el poeta Rigoberto.
Ya hemos mencionado la huella en esta novela de autores como MVLL, García Márquez o Carpentier. Ramírez, como los mejores escritores de su generación, asume la herencia del boom para hacer una nueva y diferente narrativa. Su propuesta incorpora elementos provenientes de la cultura de masas (músicos como Bienvenido Granda y los Churumbeles; la radionovela “El derecho de nacer”), asumiendo una actitud más irónica y lúdica con respecto a los acontecimientos “maravillosos” (en su mayor parte narrados por personajes que apenas habían nacido cuando esos hechos sucedieron) y hasta con las convenciones narrativas mismas mediante constantes apelaciones a los lectores.
A pesar de ciertas concesiones al gran público y de su casi obsesiva búsqueda de lo humorístico, Margarita, está linda la mar es una muestra de la calidad y continuidad de la narrativa latinoamericana. Sergio Ramírez hizo de este libro una verdadera celebración del arte de narrar, “una obra total, rebosante de pasión y de nobleza literaria” como afirma el acta del jurado que le concedió el Premio Alfaguara de Novela.
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