Retablo

Cine y tradiciones andinas

Como regalo de Fiestas Patrias para el Perú, Netflix puso a disposición de sus usuarios Retablo (2017), considerada por buena parte de la crítica como la mejor película peruana de los últimos años. Retablo ha ganado una docena de premios internacionales, que incluyen los del Festival de Cine de Berlín y del Festival de Cine de Lima, y ha sido nominada a muchos más. Actualmente en el top ten de Netflix de lo “más visto en el Perú”, resulta oportuno volver a ver Retablo para analizarla y recordar lo que algunos especialistas dijeron sobre esta película centrada en la sociedad y la cultura andina peruana, y hablada completamente en quechua.

Ambientada en un innominado pueblo ayacuchano, Retablo cuenta la historia del adolescente Segundo (interpretado correctamente por el debutante Junior Béjar), hijo del retablista Noé (Amiel Cayo) y la campesina Anatolia (Magaly Solier). Segundo tiene una muy estrecha relación con su padre, de quien aprende el tradicional arte del retablo, y al que además acompaña en todas sus actividades. La película se inicia precisamente con Noé entrenando la “mirada” de Segundo, enseñándole a captar hasta los menores detalles de una escena de una fiesta familiar, que después ellos reproducirán en un retablo. Todo el primer tercio de la película nos muestra la unión, el amor y el respeto existente entre padre e hijo, siempre en torno de su actividad artística; pero también nos va presentando a una sociedad bastante machista y violenta, con rondas campesinas que azotan a supuestos delincuentes y jóvenes marcados por una sexualidad agresiva y escatológica.

Este relato tiene un punto de inflexión cuando Segundo descubre un oscuro secreto de su padre. Algo que, en ese contexto social, descalifica completamente a Noé como persona. Segundo pasa entonces por una gran crisis de identidad, que lo lleva a enfrentarse a su padres y a querer dejar el arte que con tanto esfuerzo estaba aprendiendo; incluso a querer abandonar el hogar familiar. Esta crisis abarca el segundo tercio de la película, hasta que el secreto de Noé se hace público y él es castigado terriblemente por sus propios vecinos, quienes lo dejan al borde de la muerte. La reprobación y el castigo social abarcan también a Segundo y Anatolia. Es entonces cuando se inicia el proceso de reconciliación de Segundo con su padre y con las tradiciones que ambos encarnan; un proceso que abarca el tercio final de la película.

Como vemos, el arte del retablo está presente en toda la historia. Pero además el director, el debutante Álvaro Delgado-Aparicio, ha tratado de llevar la estética del retablo a todos los elementos de la película. Ya hemos señalado la clara división en tres partes de la trama, que reproducen las de un retablo: un cuerpo central y las dos partes laterales. También hay muchos encuadres frontales, y hasta escenas “congeladas”; como la de esos músicos y bailarines al inicio de una festividad popular. Pero el elemento más importante son las puertas que se abren y se cierran constantemente, y que marcan las diferencias entre espacios significativos (la realidad y lo ideal, la familia y la sociedad, etc.); y también los umbrales como representación del tránsito (entre la luz y la oscuridad, por ejemplo). El final resulta bastante gráfico al respecto: Segundo abandona su casa para siempre; pero nosotros lo vemos desde el interior, así que los espectadores nos quedamos como encerrados dentro de un retablo.

La crítica, en general, ha reconocido la calidad de esta película y la importancia que ella tiene para el mejor conocimiento del mundo y los valores andinos. Pero también le ha hecho algunos reparos. Ricardo Bedoya ha señalado que el empleo de la estética del retablo a veces resulta demasiado enfático: “Esa recurrencia en la simetría, esa obsesión miniaturista, acaso le resta espontaneidad a la película. La ‘encajona’. Le impone cierto determinismo dramático”. Otros críticos han notado una cierta idealización del paisaje y la sociedad andina: “La necesidad de mostrar el paisaje casi ideal puede verse como una forma de esencializar y naturalizar a la ‘comunidad indígena’… un aspecto problemático porque coloca a la comunidad fuera del tiempo, del espacio y del lugar” (María Eugenia Ulfe). En el extremo opuesto, hay quienes señalan que los jóvenes de las comunidades andinas no tienen un machismo tan violento y desaforado como el mostrado en esta ficción.

No obstante estos reparos, Retablo es una gran película, de lo mejor del cine peruano de todos los tiempos. Y que además nos plantea diversas interrogantes. Por eso concluimos con un comentario del sociólogo y ensayista Hugo Neira, publicado en este portal: “El mayor acierto en Retablo es el drama del joven Segundo, dividido entre el amor paternal y la vergüenza. Este film nos pone, con rara sinceridad, en el medio rural, en particular en el mundo de los varones. Se les ve en fiestas, pero también en juegos feroces, como el que consiste en batirse a punta de latigazos. Y el combate a puño limpio. … ¿Un ‘ethos comunitario’?”.

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