En la novela Mejor el fuego (Random House, 2020) José Carlos Yrigoyen vuelve al que es el tema central de toda su obra literaria: el proceso de formación de un homosexual en la Lima de finales del siglo XX. Ya su primer libro de narrativa, Pequeña novela con cenizas (2015), era un recuento de episodios sexuales a lo largo de la vida del protagonista. Pero si aquellos textos estaban centrados en los aspectos más personales y subjetivos, aquí más bien se apunta a lo exterior, a lo descriptivo, tanto en lo relativo al erotismo como en los ambientes en los que se desarrollan las acciones.
El relato está estructurado básicamente en función de los eventuales amantes del innominado protagonista y narrador, quien vive con su padre y su madre en un exclusivo barrio de La Molina. El primer amante que aparece es Elliot, un joven proveniente del populoso distrito limeño de San Juan de Miraflores, con quien el protagonista tiene –en 1996 y a sus 20 años de edad– su primera experiencia sexual en un hostal. Recién en el segundo capítulo nos enteramos cómo se inició el proceso, cuatro años antes y con Gino, un vendedor de discos de un centro comercial. Gino, bastante mayor que el protagonista, se hizo su amigo; pero finalmente, aprovechándose de la cercanía que había entre ellos, lo violó. Otros amantes que aparecen son el pedante y cuarentón Javier (en 1995), el estudiante universitario Samuel (en el 2000) y los hermanos María Paz y David (1998). Este último es todavía un escolar, y el protagonista lo viola.
El orden en que son presentados estos sucesos (y otros que se intercalan, que remiten incluso a la infancia del narrador) nos da una idea del propósito del relato. Se inicia y termina con relaciones más o menos saludables, pero en medio hay un verdadero descenso al infierno: el aprendizaje de una sexualidad destructiva y predatoria. El protagonista sufre todo tipo de abusos desde la niñez, y llegado a la adultez simplemente invierte los roles y se convierte en abusador. ¿Y finalmente se redime? No es tan claro, y acaso por ello el libro puede resultar desagradable para muchos lectores. Y no es claro principalmente porque no vemos evolucionar al protagonista, un defecto de la novela que ha sido señalado incluso por quienes la han elogiado: “No creo que sea correcto hablar de una novela de aprendizaje, si entendemos que esta supone un desarrollo psicológico” ha escrito Mayte Mujica, a quien está dedicado el libro.
Pero ese es solo uno de varios serios problemas que encontramos. Otro es lo demasiado explícito y detallado de las descripciones sexuales. Penes, penetraciones, sadomasoquismo, felaciones y orgasmos abundan en estas páginas, y en su presentación Yrigoyen trata de poner todo su oficio poético. Y no es que nos ofendan estas descripciones, sino que por su carácter repetitivo y redundante no aportan mucho al sentido del texto. A eso hay que añadir una cierta torpeza en el manejo del lenguaje y los recursos narrativos; y también descuidos en la construcción de personajes y ambientes, demasiado cargados de estereotipos y lugares comunes. Un ejemplo: Elliot no es pobre, incluso se dice que su familia tiene una próspera bodega, pero por el hecho de vivir en San Juan de Miraflores se le atribuyen todas las marcas de pobreza, incluso suciedad y hongos en los genitales (motivo de la ruptura de la relación).
“Oscura y sórdida, vulgar y poética” ha dicho de esta novela Enrique Planas, uno de sus más generosos reseñistas. Nosotros añadiríamos que Mejor el fuego es un libro fallido, igual que Pequeña novela con cenizas; no por sórdido o vulgar, sino por los problemas señalados y por la monótona dinámica de la ficción. Al parecer los demonios más personales del autor continúan incendiando sus proyectos narrativos.
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