Aquí hay icebergs
Diversos elementos parecen conjugarse en Aquí hay icebergs (Random House, 2017), el libro de cuentos de Katya Adaui (Lima, 1977). En primer lugar, su paso por la Maestría de Escritura Creativa en una universidad argentina (el libro es el “resultado” de esos estudios), la experiencia psicoanalítica (según lo ha contado en diversas entrevistas) y la temática de la familia, dominante en toda su obra: los libros de cuentos Un accidente llamado familia (2007) y Algo se nos ha escapado (2011) y la novela Nunca sabré lo que entiendo (2014). Por ello los doce relatos aquí reunidos parecen hurgar entre los más recónditos recuerdos familiares, a la vez que la autora va experimentando con diversas técnicas narrativas y recursos retóricos. El resultado es un libro original e intenso, aunque también irregular y áspero.
El relato emblemático del conjunto es —como suele suceder— el primero: “Todo lo que tengo lo llevo conmigo”, una sucesión de 68 pequeñas viñetas (algunas de ellas de apenas un par de líneas), numeradas de manera descendente (68, 67, 66…) y que no son otra cosa que recuerdos de la protagonista, ordenados cronológicamente, desde el presente hasta el recuerdo más antiguo, el número uno: “Mi primer recuerdo. Dos años. Pañal en las rodillas. Mano, Cuna. Chillo. Nadie. Resbalo. Cara. Corren”. En el recorrido vamos descubriendo diversos episodios desagradables, relacionados con los hermanos, el padre y muy especialmente la madre, que nos remite a las malvadas madres limeñas de “clase alta” que han aparecido en otros libros de escritoras limeñas, como Ella (2012) de Jennifer Thorndike y Otra vida para Doris Kaplan (2009) de Alina Gadea.
El problema de este relato, y de otros de estructura episódica similar —“Alaska”, “Ese caballo”, “Siete olas”—, es que en realidad no son cuentos, sino simples yuxtaposiciones de escenas, algunas muy interesantes y dramáticas, otras no tanto. También hay en este libro cuentos “clásicos”, limitados en el tiempo y el espacio, y que cuentan una historia. Por ejemplo “Este es el hombre”, en el que el protagonista recuerda ciertos episodios de su infancia, cuando su madre lo dejaba al cuidado de la abuela (para ella ir a trabajar), y el abuso sexual que ahí sufrió por parte de un primo algo mayor que él. En esa línea de cuentos “redondos” también están el extenso “Si algo nos pasa”, “El color del hielo”, “Los gemelos Hamberes”. Pero incluso en estos casos, la propuesta de narrar a partir de fragmentos se hace evidente en el propio lenguaje: oraciones cortas, predominio de la parataxis y frases que más parecen versos, como ha señalado el escritor y crítico Luis Hernán Castañeda.
Hay además otros cuentos que no pertenecen al universo de la “familia”, pero que no aportan mucho al conjunto. “Jardinería” —una versión previa titulada “Desobediencia” figuró en la antología Selección Peruana 2000-2015— parece una mordaz mirada a de la vida en prisión de un ex presidente peruano; “Agapornis” y “Puertas”, pequeños homenajes a Ribeyro. Encontramos en Aquí hay icebergs pocos cuentos memorables —acaso por las opciones técnicas y de estilo de la autora— pero sí muchas páginas que conmoverán a los lectores por el dramatismo, la densidad psicológica de los personajes y lo arriesgado de la propuesta literaria.
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