Pérez-Reverte de capa y espada
Arturo Pérez-Reverte. El caballero del jubón amarillo (Alfaguara, 2004)
El español Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951) incursionó en la literatura actualizando exitosamente la antigua tradición de novela de aventuras con El húsar (1986), El maestro de esgrima (1988) y La tabla de Flandes (1990). Desde entonces se ha convertido en uno de los pocos escritores que han logrado unir el gran éxito de ventas (a nivel mundial) de sus novelas con la calidad formal y la riqueza literaria. En ese aspecto se destaca, por el manejo del material histórico, su ciclo de novelas del capitán Alatriste, ambientadas en la España del siglo XVII. Pérez-Reverte acaba de publicar El caballero del jubón amarillo (Alfaguara, 2004) quinta entrega de esta interesante serie.
La pareja conformada por el capitán Diego Alatriste y su joven ayudante Íñigo de Balboa vuelve a enfrentar situaciones llenas de riesgo y acción, pero esta vez sus aventuras son más propias de las llamadas comedias de “capa y espada”: traiciones, amores prohibidos, rivalidades cortesanas. Alatriste tiene la mala suerte de que su amante, la actriz María de Castro, es deseada nada menos que por el propio Rey; lo que es aprovechado para una intriga palaciega con el propósito de matar al monarca. El propio Íñigo, manipulado por Angélica de Alquézar, el gran amor de su vida, cae en el juego. Con la ayuda de su viejo amigo Francisco de Quevedo, los protagonistas derrotan a sus enemigos en un final efectivo y muy bien narrado.
Cada libro de esta serie ha abordado aspectos específicos de la sociedad española del XVII, ya sea la guerra de Flandes en El sol de Breda o el tráfico de las riquezas provenientes de Indias en El oro del Rey. El caballero... nos introduce al activo mundo teatral del siglo de Oro, un arte que entonces atraía tanto a las masas como a la nobleza. Aparecen por eso conocidos autores (Lope, Tirso, Calderón), y la mayor parte de las acciones están ambientadas en corrales de comedias y lugares en los que se reunían los actores y la gente del medio. Pérez-Reverte se ha documentado bien y describe todo eso con acierto, empleando siempre un lenguaje que evoca el vocabulario y los giros expresivos de aquella época, pero que resulta fácilmente entendible por los lectores actuales.
La fidelidad con el material histórico (Pérez-Reverte presentó, en su ingreso como Académico de la Lengua, un trabajo sobre el habla popular española del XVII) hace que la narración deje los estereotipos de las obras de “capa y espada” y nos muestre un Madrid auténtico (con calles oscuras y delincuentes) y seres humanos reales, con debilidades, sentimientos contradictorios y destinos trágicos. Una pareja de jóvenes amantes logra casarse superando todas las barreras, pero ella enferma y muere. “Todo se lo lleva el tiempo, y la felicidad eterna sólo existe en la imaginación de los poetas y en los escenarios”, concluye sombríamente Íñigo. Y el Rey es representado como un pusilánime que casi no merece ser rescatado de sus enemigos.
La humanización de los personajes abarca a los propios protagonistas. Alatriste ha sido siempre un héroe sombrío, pero esta vez sus convicciones y principios éticos parecen tambalearse, lo que lo hace más descreído y distante en sus relaciones personales. “Es como si D´artagnan hubiera adquirido la lucidez y el cansancio existencial de Sam Spade o de Philip Marlowe” ha comentado el argentino Jorge Fernández. Y esto resulta más notorio porque Íñigo, narrador y principal “punto de vista”, también está madurando, y ya no se limita a contar deslumbrado las hazañas de su maestro; ahora duda de sus decisiones y en algún momento se le enfrenta para evitar excesos en los sangrientos duelos.
Así, con la deslumbrante capa del trabajo (lenguaje, documentación, técnicas narrativas) pero también con la afilada espada del realismo más escéptico, Pérez-Reverte ha logrado que El caballero del jubón amarillo sea una muy buena novela que se lee con facilidad e interés. Como para refutar ese viejo lugar común que hace de los best-sellers libros de poca calidad y de toda obra de valor literario una lectura necesariamente aburrida.
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