En su más reciente libro Gregorio Martínez cuenta que, en algunos pueblos de la costa peruana, a los niños que se demoran demasiado en aprender a hablar suelen colgarles una llave del cuello. La información en un primer momento me desconcierta (¿cómo puede una llave convocar al lenguaje?); pero entonces recuerdo que ese tipo de cosas funcionan por analogía, como las imágenes poéticas. Y, viéndolo bien, tiene bastante sentido. Un hombre sin lenguaje quedaría limitado a sus necesidades primarias y básicas, encerrado en su mera animalidad. El lenguaje es la "llave" que le permite salir de ahí y entrar en el ámbito de lo humano: el diálogo, la sociedad, la lectura, la historia, la ciencia... en una palabra, la cultura. El niño con problemas de aprendizaje no puede encontrar esa llave, por eso se le cuelga una simbólica en el cuello.
Comento estas cosas con una amiga, nacida en Cerro de Pasco, y ella me cuenta que en la sierra los curanderos practican con los niños que tienen esos problemas una especie de ritual en el que se les quiebran ciertos frutos de cáscara dura (parecidos al maní, me dice) en los labios. La imagen parece remitirse aquí a ideas más simples y antiguas: el lenguaje es algo que está dentro del niño (como un pichón dentro de su huevo) y sólo hace falta que rompa el cascarón que no lo deja salir. El lenguaje, supone esa práctica tradicional, es algo innato en el hombre; coincidiendo con la famosa propuesta de Noam Chomsky, uno de los lingüistas más importantes de la actualidad, y por la que tantas críticas ha recibido. Tradición y modernidad, dos caminos opuestos llegando, al menos esta vez, a un mismo punto.
El catolicismo, como toda religión, está también basado en ese tipo de pensamiento mágico y analógico. Enfrentando el mismo problema, supongo que un católico pondría al niño bajo la protección de algún santo o personaje bíblico caracterizado por su elocuencia. Podría ser San Juan Bautista, alguno de los evangelistas o el propio Jesús, creador de hermosas parábolas y además un buen orador público, como demostró en el Sermón de la montaña. Pero esa invocación a personajes sagrados como mediadores es un "lenguaje mágico" demasiado codificado y desgastado, que ya no tiene la belleza "imaginativa" (no coincidiría con ninguna teoría moderna) ni, seguramente, la eficacia de la llave o del ritual andino.
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