En la literatura peruana del siglo XX se han sucedido varias generaciones destacadas de poetas; pero en casi todas ellas, salvo la del ochenta, los nombres más visibles han sido casi exclusivamente masculinos. No es que faltaran mujeres en esos grupos, sino que, por distintos motivos, ellas permanecieron en un segundo plano. Una de las tareas aún pendientes de la crítica consiste en rescatar y valorar esas voces, devolviéndoles el lugar que les corresponde en el panorama cultural. En ese esfuerzo se inscribe la reciente publicación Sarina Helfgott. Mi nombre no es una casualidad. Poesía reunida (1956–1995), editada por Elizabeth Lino Cornejo y Luz Vargas de la Vega, que recupera la obra de esta poeta, dramaturga y periodista perteneciente a la llamada Generación del 50.
Sarina Helfgott Eidelman nació en Chiclayo en 1928, hija de migrantes judíos europeos. Muy pronto se trasladó a Lima, donde se vinculó activamente con el medio cultural. A los veintidós años estrenó su primera obra de teatro, La red, y a lo largo de las décadas siguientes cultivó una escritura múltiple: periodismo, dramaturgia, poesía. Esta última constituye el corazón del volumen; sus tres poemarios publicados en vida: La luz pródiga (1956), Libro de los muertos (1962) y Ese vasto resplandor (1973). A esos tres libros se suman aquí una sección de poemas publicados en antologías y revistas literarias, y otra sección de poemas inéditos.
El primer libro, La luz pródiga, se compone de diez poemas breves denominados “cantos”, acompañados de ilustraciones del artista Luis Figueroa Yábar. En ellos se despliega un universo simbólico, poblado de elementos naturales –ríos, animales, bosques– amenazados por fuerzas oscuras. El yo poético oscila entre el llamado a un interlocutor amado y la necesidad de afirmarse a sí mismo, como si buscara sostenerse entre la entrega y la autonomía. Aunque comparte con su generación cierta cercanía a la llamada “poesía pura”, asoma es una voz que busca afirmarse en el desgarro, y que ya anuncia la complejidad de los poemarios posteriores.
Con Libro de los muertos la escritura de Helfgott se desplaza hacia un registro más sombrío y testimonial. Ocho poemas largos se internan en la experiencia del Holocausto, tragedia que alcanzó a la propia familia de la autora y que aquí se convierte en materia poética. No hay en estos textos consuelo ni mitificación: se exponen las formas concretas de la violencia y de la deshumanización, el engranaje frío del exterminio y la fragilidad de las víctimas. El libro se sostiene en un lenguaje solemne, que combina imágenes densas con interrogaciones persistentes, como si la poesía se enfrentara al límite de lo decible.
El tercero, Ese vasto resplandor, muestra a una autora en plena exploración de registros diversos. El volumen recoge poemas escritos a lo largo de quince años y, por ello, su estructura es múltiple: en una parte, relecturas de la tradición pastoril; en otra, textos de tono urbano y prosaico donde una subjetividad femenina se aventura en la Lima nocturna, entre bares y habitaciones de hotel. El erotismo y la sexualidad, ya presentes en libros anteriores, se reformulan aquí con una franqueza distinta, cargada de tensiones y conflictos. Es, a nuestro parecer, el más interesante y original de los tres poemarios.
El valor de esta edición no radica únicamente en la recuperación de la obra poética completa de Helfgott, sino también en el marco crítico que la acompaña. Elizabeth Lino Cornejo, en su ensayo “Escucharé la propia voz”, reconstruye la biografía de Helfgott y analiza su teatro, terreno aún poco explorado. Luz Vargas de la Vega, en “Cuando no basta el cuarto propio”, ilumina una faceta menos visible pero crucial: la de Helfgott como editora. Publicó sus propios poemarios, y además fundó y dirigió Tiempo. Revista peruana de artes y letras. Y en 1959 preparó la primera antología de poesía peruana escrita por mujeres, además de un volumen similar de cuentos. Es decir, su labor fue también la de abrir caminos para otras escritoras, ampliando los espacios de visibilidad en un medio marcado por la exclusión.
Mi nombre no es una casualidad es, en ese sentido, más que un rescate individual: es una invitación a revisar la historia de la poesía peruana con una mayor pluralidad. Releer a Sarina Helfgott no significa únicamente reparar una omisión, es, finalmente, un gesto de justicia literaria y una apuesta por una memoria cultural más honesta y diversa.
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