Al pie del Támesis
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Teatro
Mario Vargas Llosa. Al pie del Támesis
La recién estrenada obra teatral Al pie del Támesis, de Mario Vargas Llosa, está íntimamente relacionada con la novela Los cachorros (1967). En ambas, los protagonistas sufrieron de niños una terrible experiencia sexual que los marcaría para toda la vida. Pero si en la novela esa experiencia era una castración real, en este drama se trata de algo más bien simbólico: Chispas Bellatín, el protagonista (13 años de edad), reacciona violentamente cuando Pirulo Saavedra –su mejor amigo, vecino y compañero de escuela– intenta besarlo en los labios.
Ese episodio lo contará, medio siglo después el propio Chispas (convertido en un exitoso empresario) a Raquel, hermana de Pirulo, quien lo visita en una habitación de hotel en Londres. Toda la obra teatral está constituida por la conversación que sostiene la pareja en esa habitación. Chispas al principio no recuerda a Raquel, y después llega al convencimiento de que su amigo no tenía ninguna hermana. Por último, deduce que Raquel sólo puede ser Pirulo, después de un radical proceso de cambio de sexo. De ahí la conversación deriva en las fantasías de los personajes acerca de lo que pudieron ser sus vidas de haber tomado aquel incidente de la infancia de otra manera. (Hay un más detallado resumen de la trama en el comentario de Alonso Alegría).
Con el salto a lo imaginario y subjetivo, Al pie del Támesis se aparta de Los cachorros, una relato eminentemente realista. Lamentablemente, también pierde toda su intensidad dramática, pues las ficciones de los personajes tienen un carácter demasiado festivo y superficial. Vargas Llosa dice que estas fantasías son “mentiras” que se cuenta Chispas “tomándose un pequeño respiro de su atareada existencia de hombre de negocios”. Pero esas mentiras no están a la altura de los trascendentales temas planteados en la primera mitad de la obra: la identidad, el destino personal, la importancia de las experiencias de la infancia y la homosexualidad. El tratamiento de este último tema, aparentemente uno de los ejes de la obra, resulta especialmente decepcionante.
Luis Peirano ha llevado a escena este drama con sobriedad, empleando un decorado minimalista que otorga a los personajes diversas posibilidades de desplazamiento; aunque por momentos, esos desplazamientos resultan demasiado enfáticos (arriba dominante-abajo dominado). Los actores también cumplen desempeños aceptables, no obstante que Chispas se parece demasiado al personaje “prototipo” de Alberto Ísola (el dictador de La fiesta del Chivo, p.e); y Raquel (Bertha Pancorvo) a “la Agrado” de Todo sobre mi madre. Pero los mayores problemas están relacionados con el texto, pues le hace falta un claro final: una conclusión y desenlace de todos los temas planteados. Por eso, a pesar de que el drama dura poco más de una hora, seguramente se le podrían cortar unos diez minutos, especialmente aquellos en los que todos los espectadores sabemos que Raquel es Pirulo, y el único que no parece darse cuenta es el propio Chispas.
Mario Vargas Llosa ha confesado que ésta es una de las obras que más le ha costado escribir: “Cuando comencé a corregirla no sospechaba que la seguiría rehaciendo a lo largo de los cinco o seis años siguientes … Varias veces encarpeté Al pie del Támesis y la dejé dormir el sueño de las historias nonatas…”. Recordamos que el escritor ha hecho confesiones similares con respecto a la historia de Flora Tristán, en la que está basada su novela El paraíso en la otra esquina (2003), una de sus novelas menos logradas. Es que hay proyectos literarios que desde su planteamiento presentan problemas y obstáculos que ni el escritor más talentoso y experimentado puede superar.
La obra se presenta de jueves a lunes en el Teatro Británico a las 8:pm hasta el 19 de mayo
Otros textos sobre Al pie del Támesis: Alonso Alegría, Alfredo Bushby, Ernesto Carlín, César de María, José Güich, José Miguel Oviedo, Enrique Planas.
Entrevistas: Manuel Eráusquin y Carlos Sotomayor, Pedro Escribano, Maribel de Paz, Enrique Planas, Nilton Torres.
El siguiente es un video de El Comercio sobre la presentación de la obra a los periodistas.
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2 comentarios:
En la revista Caretas se publicó este comentario de César de María.
Al Pie Del Rímac
Lo más jugoso de Al pie del Támesis –obra de Mario Vargas Llosa– es la anécdota. La gente la comenta, la sigue con atención y sobresaltos. La devora. Y es que ese es el fuerte de nuestro novelista, la capacidad de contar historias que se desdoblan hacia adentro como un laberinto de culpas, pasiones escondidas y expiaciones dolorosas pero sin sentido práctico. El tono pesimista de muchos personajes de sus novelas –que descubren los defectos de quienes los rodean y los asumen como taras humanas irremediables– es el mismo que anima al público y desanima a Chispas, el banquero protagonista de la trama. El es lo más rico de la obra, enredado en mil fantasías, deudor del pasado, melancólico perpetuo, capaz de todo y de nada al mismo tiempo. Chispas –quien recita un monólogo para un fantasma complaciente– gracias a Alberto Isola sobrepasa su bajo perpetuo y logra generar matices y explotar las revelaciones que mantienen en vilo al público. Frente a él, el papel de Berta Pancorvo es el de un sparring que se deja llevar con dulzura y sin imponer sus emociones, dejando que Chispas encuentre sus propias respuestas y reescriba sus conjeturas con la creatividad que lo caracteriza, como el de la Muerte que actúa Jessica Lange en la clásica All that Jazz.
Pero pese a la riqueza del protagonista y su conflicto, dos cosas vuelven la acción morosa y menos comprometedora de lo que se espera en una pieza teatral de este tipo.
La primera es el lenguaje, que le impone al montaje su solemnidad y excesiva corrección. Vargas Llosa ha optado por hacerlos hablar como personajes de novela, con palabras como en cuanto o aquellos, y el vocabulario distancia a los personajes, les quita conexión y los hace menos reales, como todos los giros idiomáticos que cuando se oyen son menos claros y naturales que cuando se leen.
El segundo es la poca proyección hacia el futuro. Los personajes hablan del pasado pero no para revelar lo que harán (mañana) sino sólo en relación a lo que sienten (hoy), por lo cual el diálogo, en teoría, podría ser eterno y no llegar a ninguna acción. Al espectador convencional –como a los niños en las obras infantiles que gritan ¡el lobo está atrás del árbol!– se le escapan las exclamaciones en voz alta, participa diciendo cosas como ¡él es! o no se ha dado cuenta porque quiere que el conflicto avance y que suceda algo a raíz de todo lo dicho. Como ahora sé, haré. Revelo que te amo: espero tu respuesta. Descubro que me dañaste: te mataré. Deduzco que soy culpable: me castigo. Esto puede sonar primitivo pero es la raíz de la dramaturgia aristotélica- hollywoodense que consume el público en las obras clásicas y en las series de televisión, y es lo que espera e incluso, trata de lograr con sus comentarios.
Los espectadores la disfrutarán como una suma de talentos, pues es inusual darse el gusto de ir a un teatro como el Británico a ver una obra de Vargas Llosa y encima, actuada por Isola y Pancorvo y dirigida por Luis Peirano. Los puristas la llorarán al pie del Rímac. (César de María)
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