Memorial de Casa Grande


Rodolfo Hinostroza. Memorial de Casa Grande (Lustra, 2005)

Más de treinta años después de la publicación de su último poemario –Contra natura (1971)- Rodolfo Hinostroza (Lima, 1941) nos entrega en Memorial de Casa Grande (Lustra, 2005) un conjunto de cinco poemas que narran la historia de las más recientes generaciones de su familia. La de sus ancashinos tíos-abuelos paternos en Los tíos de Huaraz y Las bodas de la tía Luchita; la de sus abuelos maternos y tíos limeños en Los hijos de Clausen; y la de su padre en Los huesos de mi padre. Por último, el escritor reflexiona acerca de su propia existencia ("viviendo tantas vidas como ancestros") y muerte en el poema Con el sol en los órganos.

Si bien la obra de Hinostroza, como casi toda la poesía de la generación del 60, se ha caracterizado por incluir elementos narrativos, esta vez esos elementos se vuelven dominantes, dejando fuera las alusiones intertextuales y las reflexiones metaliterarias de la poesía hinostroziana. Además, se abandona todo tipo de retórica y métrica por un lenguaje oral y coloquial: "Mi madre Gloria era / la chica linda del Callejón del Buque / de bajoelpuente, en el jirón Trujillo, manyas primo". El resultado remite a esa tradición de poesía en español que va desde los romances hasta los corridos mexicanos, recreados en uno de estos poemas: "Loco de rabia asesina / el tal chileno culeao / se enfrentó con su entenao..."

Fue el crítico español Fernando de Diego quien motivó a Hinostroza –al pedirle algunas páginas sobre el pasado de su familia- a escribir estos poemas. De Diego destaca, en el prólogo, el valor testimonial de este Memorial... que recorre el siglo XX peruano a partir de los avatares de dos familias de diferente origen pero de la misma clase media. Las crisis económicas, la migración, el retrato de la Lima "que se fue", las injusticias raciales y de género, aparecen en estas páginas siempre ligadas a ciertos aspectos de la cultura popular. De ahí las frecuentes menciones cinematográficas, culinarias y musicales: "... Celia Cruz la cubana / con la sonora Matancera desde luego / que venía para el Carnaval de Barranco..."

Por supuesto, los seguidores de la poesía de Hinostroza se preguntarán si ese valor testimonial justifica la renuncia tanto al complejo y rico universo de Consejero del lobo (1965) y Contranatura; a esa poesía desarrollada a partir de la provechosa lectura de Saint-John Perse, Pound, Eliot y Shakespeare. Demasiadas renuncias sólo para incursionar en territorios poéticos bastante transitados, pues en el Perú contamos ya con una serie de testimonios similares, y hasta de una mayor diversidad cultural, que se inician con la obra fundadora de Leoncio Bueno (Trujillo, 1921) y abarcan hasta libros de autores de las más recientes promociones, como Casa de familia (1995) de Selenco Vega.

"Antes mi poesía era acusada de hermética, difícil, bastante barroca..." ha dicho el poeta en una entrevista reciente, "... entonces me he propuesto simplificarla. He hecho una cosa más sencilla, con un lenguaje corriente". A pesar de ese propósito, su entusiasmo por el lenguaje "corriente" no parece ser mayor que su vocación barroca, y en Con el sol en los órganos, el poema con que concluye este Memorial..., el verso endecasílabo, el más prestigioso de la literatura en español, se vuelve dominante. Y con él comienzan a sentirse ciertas resonancias gongorinas: "El mar al borde de la carretera / con su lonja de sol que reverbera..."

1 comentario:

Javier Ágreda dijo...

Dos poemas de Memorial de Casa Grande

LOS HUESOS DE MI PADRE

“Hemos cerrado el pasado
con gruesas lágrimas de acero”

Javier Heraud

Serán éstos los 206 aristocráticos huesos de mi padre?
Todos completos, con su maxilar inferior, su frontal
sus falangetas, su astrágalo,
su vómer, sus clavículas?
No se habrán confundido
en la Fosa Común
con los de un vagabundo
de esos que abundan en las calles de Lima,
y mueren sin un grito? Cómo voy a confiar
en que sean éstos los huesos de mi querido padre,
Don Octavio, Tachito,
si en la fosa común donde lo echaron
puede ocurrirle cualquier cosa
a los huesos de uno?
Su hermano, tío Reynaldo, había jurado
encontrar a mi padre, y recorrió toda esta Lima a pie
durante un año, para hallar a mi padre, el poeta,
que se había perdido en la ciudad,
como suele ocurrirle a los ancianos y a los locos.
Todos los días salía, después del desayuno,
a buscar al hermano mayor,
a aquel poeta provinciano,
talentoso, desgraciado y perdido,
por los barrios de Lima. Llevaba
una vieja foto de mi padre, amarillenta,
donde aparecía con su pelo ya blanco,
sus ojillos brillantes de inteligencia, sus mejillas fláccidas
labradas por años de inútiles batallas
contra lo que él llamaba su destino adverso
cuando se hallaba de un ánimo blasfemo,
dispuesto a enrostrarle a un Dios
en el que no creía
sus continuos fracasos.
La boca grande, elocuente,
la frente alta y despejada. con un terno marrón, creo,
a rayitas. Esa imagen debió corresponder
a una época feliz, tal vez la de Huaraz,
cuando estábamos todos juntos, mi hermana
mi madre y yo, mucho antes
del divorcio.
Reynaldo la mostraba
a la gente, los interrogaba venciendo
su enorme timidez: “¿ha visto a este hombre?”
Indesmayablemente a pie,
tío de a pie como un remoto soldado de una guerra perdida
raso, humilde, cumplido,
indagando en los parques, los hospitales,
en las estaciones de autobús,
en los mercados,
pues quería encontrarlo,
esa era la misión que se había impuesto
antes que la muerte se lo lleve.
Pero la muerte se llevó primero a tío Reynaldo
de un cáncer al estómago,
sin saber que mi padre lo había precedido en el último rumbo,
y no fue sino mucho más tarde que mi hermana
al fin encontró a mi padre
en una fosa común del cementerio de Miraflores
donde sus huesos misteriosamente habían venido a dar
porque nadie había reclamado su cadáver.
La muerte
que con callado pie todo lo iguala
lo había sorprendido en un asilo municipal
donde llevan a los locos que vagan por las calles de Lima
y había muerto, enloquecido y solo,
él, Octavio, Tachito, el poeta, el hermano mayor
que había nacido en cuna de oro.
Siempre pensé que moriría rodeado como Maese Manrique
de sus hijos, hermanos y criados
reconciliado con su terco destino
y cesaría la angustia
la loca angustia que desorbitaba sus ojos
porque no quería morir como un fracasado
y su muerte le cerraría para siempre
las puertas de La Gloria.
No reposó un instante en vida
acechando a la suerte en todos los caminos,
en todos los concursos
esperando un cambio del destino
un premio, algo definitivo
que sacase su nombre del anonimato
y le diese la paz. Ya no soñaba con el Premio Nobel,
si no con la publicación de sus poemas
que eran profundamente hermosos
y cada día más bellos
cuanto más desgraciada era su vida.
Se sentía en deuda
con nosotros sus hijos,
y los recuerdos de nuestra infancia feliz lo atormentaban
hasta hacerlo sangrar
como un patriarca loco que ha perdido
el paraíso inadvertidamente
por una mala mano en el tresillo
un mal consejo, o una debilidad de temple
inconfesable.
Entonces quería estar solo, huía
de la familia, se confundía
en Lima entre los vagabundo, le aterraba
y le atraía como un destino escrito
la mendicidad al final del camino. No aceptaba
el rol que todos querían para él:
el del abuelo sabio y respetado
que mora y aconseja en el hogar de su hija: prefirió
seguir en la batalla hasta el final,
irse a la calle
esperando un milagro.
Sus despojos
fueron a dar a la Fosa Común,
hasta que el proceso de putrefacción termine, en cosa de tres años
y sus huesos, mondos, nos fueron entregados
en una caja de zapatos, con una etiqueta identificatoria.
Ahora reposan en el Cementerio el Ángel
en una de esas fúnebres bibliotecas de huesos
a pocos bloques de donde mi madre duerme su sueño eterno.
La muerte, piadosamente,ha acercado los huesos de dos seres que la vida separó,
y sus nombres han vuelto a aproximarse
en el silencio de este Camposanto
como cuando se vieron por primera vez
y se amaron. En ocasiones
mi hermana y yo llevamos flores,
a un sepulcro y el otro,
y todavía sufrimos por su amor desgraciado,
que sin embargo dio maravillosos frutos.



CON EL SOL EN LOS ÓRGANOS

El mar al borde de la carretera
con su lonja de sol que reverbera
como un pectoral de oro mientras se hunde
en la memoria de esta tierra roja
mezclada con astillas de ceramios chaquiras
y osamentas envueltas en harapos
que fueron vestimentas de príncipe
carne de Colla carcaza de Orejón
y bailaron como el polvo que gira
en las noches de fiesta
y ahora son polvo de momia rugoso antepasado
ensimismado en sus cielos guerreros
donde un inmenso gato nos contempla.

Y a nosotros la muerte nos castiga
de la misma manera que a los gatos celestes
la parca la pelona ha llenado esta tierra
de polvo que fue hombre y continúan
sus huesos siendo hombre sin embargo
cobijando la vida en materia marcada
por su paso impetuoso su voluta impecable

Con un retazo de su carne seca
podríamos clonarnos un guerrero mochica
experimentalmente por lo menos
y verlo renacer entre los muertos
con sus ojos virtuales su cielo constelado
de otros paquetes estelares otras
memorias inscritas en los huesos ilíacos
para otra vez vivir entre los vivos
sin recuerdos de hazañas ni de dioses
exigentes sin chicha ni mujeres
sodomitas que aúllan y zurean
como las cuculíes en los postes
telefónicos

Será lo que llamaron los antiguos
metempsicosis el salto de las almas
de ADN en ADN
siguiendo el Disco Duro del genoma
viviendo tantas vidas como ancestros
vivieron enclaustrados en sus vidas
y sólo en el orgasmo se dieron otros seres
en un vertiginoso salto de equilibrista

La vida es siempre más: sus estrategias
son más inteligentes que la muerte
que sólo sabe hacer de diferencias polvo
indistinguible el hígado del páncreas
el corazón del bazo o de la tráquea
el metatarso el triceps los gemelos
a fin de aproximarnos al polvo original
gris e indiferenciado
donde apenas se mueven electrones
en sus órbitas frías de Nirvana
hasta que cese todo movimiento
para llegar al centro de la muerte
y allí muera la muerte de su muerte anunciada
pues la nada es fecunda paradoja
que al instante siguiente es vida que revienta
en un Big Bang que es carnaval de estrellas
soles constelaciones galaxias espirales
el nido de la vida su fabulosa cuenca
desbordada de esperma luminosa
eso es la cosa general que no consuela
a esta mota de polvo que me mira
con los ojos que tuvo hace mil años
atrincherada en su genoma moche
cuando la muerte se llevó su cuerpo
pero no todo sólo lo visible
la talla la osatura la apostura
y ese tamaño que se enroscó en el polvo
como los caracoles en su trompo
esperando confiado en su programa
que un milagro lo devuelva a la vida

Por eso es que se guarda el polvo en cementerios
como una colección de frascos de botica
por eso no me cremen cuando muera no sea que me traigan un día de regreso
estos humanos locos

Aquí y allá los campos de petróleo
rechinan como grandes zapatos embreados
gotea el cielo tesoros numismáticos
y me paseo con el sol al hombro
en virtud de los hechos conocidos.