Tratado de arqueología peruana


Roberto Zariquiey. Tratado de arqueología peruana (PUC, 2005)

Con el libro Comentarios reales (1964) Antonio Cisneros no sólo consiguió el entonces consagratorio Premio Nacional de Poesía, también inició toda una tradición de poemarios que desarrollan diálogos polémicos con el discurso histórico oficial. Una tradición que ha dado obras tan importantes como Cementerio General de Tulio Mora y cuyo más reciente exponente es el libro Tratado de arqueología peruana (PUC, 2005) en el que el joven escritor y profesor universitario Roberto Zariquiey (Lima, 1979) recorre el país reflexionando acerca de las huellas de nuestro pasado y también sobre aquellas que vamos dejando en la actualidad.

El recorrido de este Tratado... -en el que se alternan los textos en verso y en prosa- está dividido en tres secciones correspondientes a la determinante división geográfica y cultural de nuestro país. En La costa y La sierra, las dos primeras secciones, el autor apela (con algo de ironía) a la terminología propia de la arqueología para tratar de reconstruir, a partir de paisajes y personas de la actualidad, las creencias y costumbres de los habitantes prehispánicos de estas regiones. Los títulos de los poemas son bastante explícitos: La arqueología contextual en puerto Inca y Chala, La arqueología del paisaje (retrato altiplánico), Metodología para la seriación de los objetos...

Las diferencias entre ambas secciones tienen que ver con la distancia del yo poético con respecto a los temas. En La costa los recuerdos personales afloran en diversos poemas (como en Prospecciones desde la casa de la abuela) y el discurso es más lírico, especialmente en las descripciones de los paisajes del litoral. En La Sierra, en cambio, se siente que la cultura andina es descrita como ajena, de los otros (“escucho las voces inescrutables de los otros”). La denuncia de la marginación social e injusticias sufridas por esos otros se va haciendo cada vez más fuerte, hasta alcanzar su punto máximo en Los patrones funerarios de las fosas comunes de Huamanga, Huanta, La Mar...

En ambas secciones hay poemas buenos, pero también se hace evidente una cierta falta de rigor formal (presencia de metáforas y adjetivos meramente decorativos) y tendencia a un efectismo entre inocente y kitsch. En los textos costeños, por ejemplo, Zariquiey pierde el rumbo temático al dedicar demasiados versos a describir poéticamente el mar, siempre una “fuente de metáforas fáciles” según el verso de Eduardo Chirinos. En los textos sobre la cultura andina la distancia lleva al autor a caer en lo exótico y pintoresco. Poemas como En Chavín de Huántar y Oración apócrifa al apu Wiracocha, cambiándoles los nombres propios, podrían referirse a cualquier otro contexto cultural.

En la tercera sección del libro, La selva, Zariquiey se enfrenta al problema de la agresividad de la naturaleza que hace desaparecer los vestigios del pasado: “en los bosques tropicales todo termina siendo polvo o gusano”. Por eso apela a la lingüística (su especialidad) y a la tradición oral para “buscar en la voz de alguien / el recuerdo de los primeros hombre de esta tierra”. El libro concluye con una extensa narración oral shipiba sobre las aventuras del mítico Shawán Pico. Un recurso sugestivo, pues permite que los textos pasen del tiempo pasado al presente, pero que rompe con la unidad del poemario, basada en el diálogo entre el discurso poético y arqueológico.

Tratado de arqueología peruana resulta un libro de interés, aunque Roberto Zariquiey todavía está desarrollando sus propios recursos retóricos. Un libro que además, en una lectura comparativa con los ya citados Comentarios reales y Cementerio General, puede ilustrarnos acerca de las continuidades y rupturas de las poéticas de las generaciones del 60, 70 y la llamada post-2000; de sus diversos modos de plantear y trabajar los poemas, y de asumir el diálogo intertextual e interdisciplinario.

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