Entre los más destacados invitados al reciente Hay Festival Arequipa 2024 estuvo la escritora española Irene Vallejo (Zaragoza, 1979), doctora en Filología autora de novelas y libros de ensayo entre los que destaca claramente El infinito en un junco. La invención de los libros en el mundo antiguo (2019). Este es un ameno y extenso recuento, que abarca más de 30 siglos, de la historia de la escritura, la lectura, los libros y las bibliotecas. La obra ha recibido numerosos reconocimientos, tanto en España como en el resto del mundo, y encendidos elogios de los más destacados intelectuales, entre ellos nuestro nobel Mario Vargas Llosa, quien la calificó de “…obra maestra. Tengo la seguridad absoluta de que se seguirá leyendo cuando sus lectores de ahora estén ya en la otra vida”.
En esta extensa obra, casi 500 páginas, Vallejo narra (no se trata del típico libro de ensayo) cómo los libros dieron forma no solo al mundo antiguo sino también al nuestro. Si bien presta mucha atención a la evolución de los materiales con que se han hecho los libros, le interesa también el contenido y lo que sucede en la mente de quienes se aventuran en la lectura. Y aunque abarca tres mil años de historia, –incluyendo hasta relatos de la infancia de la autora, una niña nerd obsesionada con la lectura– el libro se enfoca principalmente en la antigüedad clásica, en las civilizaciones griega y romana. El relato se inicia con la historia de la ambiciosa biblioteca de Alejandría, un tema al que la autora vuelve constantemente.
La estrategia narrativa de Vallejo consiste en ir y venir entre el mundo antiguo y el moderno, entre la gran historia –ascenso y caídas de grandes imperios– y los momentos más íntimos y personales de escritores y personalidades relacionadas con los libros. Por estas páginas desfilan figuras como Homero, Sócrates, Aristóteles, Sófocles, Borges, Ovidio, Cavafis, Canetti, San Agustín y una larga lista de personajes. Todos ellos son presentados a través de detalles sumamente humanos, buscando la empatía de los lectores. Sin embargo, es precisamente aquí donde comienzan los problemas del libro, ya que para lograr esa empatía, la autora cae en simplificaciones y concesiones absurdas. Por ejemplo, en las siguientes líneas:
“Cuentan que Alejandro dormía siempre con su ejemplar de la Ilíada y una daga debajo de la almohada. La imagen nos hace sonreír, pensamos en el chaval que se queda dormido con el álbum de cromos abierto en la cama y sueña que gana un campeonato entre los aullidos enfervorizados del público”.
Por supuesto, antes ella misma nos había explicado que los libros en esa época estaban hechos con rollos de papiro de más de seis metros de largo, y que un libro como la Ilíada necesitaría una docena de esos rollos. ¿Y de verdad Alejandro tenía entonces la mentalidad de un niño de ocho años?
Pero hay todavía otros problemas en el libro. Uno de ellos es la sobrecarga de anécdotas y datos que muchas veces no están debidamente comprobados. Por ejemplo, la historia de que Marco Antonio le obsequió a Cleopatra “doscientos mil volúmenes para la Gran Biblioteca de Alejandría”. En este caso, Vallejo no indica su fuente (aunque casi siempre lo hace), y no hay ninguna evidencia histórica de tan magnánimo presente. Otras veces, la autora simplemente se olvida de comprobar la precisión de sus numerosas referencias. Sobre la piedra de Rosetta, dice: “La aventura de su desciframiento despertó un nuevo interés por la criptografía, que a finales del siglo XIX y principios del XX invadiría la imaginación de Edgar Allan Poe en su cuento «El escarabajo de oro»”. Como se sabe, Poe murió joven, en 1849.
Sin embargo, el principal problema de El infinito en un junco es conceptual, pues refuerza una idea “romántica” sobre la lectura, como algo asociado a la distinción social y cultural. Vallejo exalta los libros como artefactos casi sagrados y a los lectores como seres privilegiados y especiales, una visión que si bien puede ser interpretada como “poética”, perpetúa una mirada elitista y anacrónica. En tiempos en los que se debate el acceso igualitario al conocimiento, su perspectiva parece más un canto nostálgico que una reflexión crítica.
A pesar de ello, hay que reconocer que Vallejo posee una indudable habilidad para contar historias: su estilo es ágil y ameno, y demuestra poseer muchos conocimientos sobre la antigüedad clásica. Si uno aborda el libro sin grandes expectativas académicas y como un texto de divulgación, El infinito en un junco resulta una lectura fascinante. Pero si se lo evalúa desde el rigor que exige el ensayo histórico, queda claro que se trata de un texto sobrevalorado, que sacrifica la profundidad por la emoción y el entretenimiento.
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