La caverna de las ideas


Acaso el libro que más se aproxima a la condición de “clásico posmoderno” (aunque estos términos resulten casi contradictorios) es El nombre de la Rosa (1980) la novela de Umberto Eco que combinó diversos géneros narrativos, apelando a todo tipo de parodias y alusiones, y que además se cuestionaba a sí misma a través de una serie de reflexiones de carácter filosófico. Dentro de esta línea narrativa se publicaron después muchas novelas, y en el mundo de habla hispana una de las más destacadas fue La caverna de las ideas (2000) del cubano José Carlos Somoza, un libro muy bien recibido por los lectores y la crítica europea y que ya ha sido reeditado numerosas veces.

Mezcla de novela histórica y policial, La caverna de las ideas narra una serie de asesinatos ocurridos en la antigua Grecia. Las víctimas son jóvenes estudiantes de la Academia de Platón, y el interesado en esclarecerlos es el filósofo Diágoras de Medonte, tutor de los jóvenes, quien contrata a un descifrador de enigmas, Heracles Póntor. Como en todo buen policial, la trama es manejada con cuidado y se van dando al lector informaciones en las dosis adecuadas para sorprenderlo constantemente con los giros inesperados de la historia. Lo que en un principio parecían crímenes inconexos, terminan convirtiéndose en una conspiración mayor, relacionada con la refutación de las teorías idealistas de Platón, quien también figura como personaje de la novela.

Si esto fuera todo, estaríamos ante una buena novela, un policial inteligente y una eficaz reconstrucción histórica, pero demasiado similar a El nombre de la Rosa. Pero Somoza ha intercalado una historia paralela, desarrollada en una serie de notas a pie de página, sobre un supuesto traductor del texto original de la novela (un traductor que no se ubica con precisión en el tiempo) quien a medida que progresa en su trabajo va encontrando una serie de claves y enigmas textuales que incluso ponen en peligro su vida. Descubre que el texto que está traduciendo es de carácter “eidético” (se narra de acuerdo a imágenes ocultas) y que en diversos pasajes parece aludírsele directamente.

Y aunque esta historia secundaria está menos trabajada, al punto que en algunos pasajes se hace casi inverosímil, otorga al texto una interesante dimensión metaliteraria. Como los doce capítulos de la novela están regidos por imágenes diferentes (correspondientes a los trabajos de Hércules), el autor hace variar en cada uno de ellos tanto el ritmo narrativo como el tipo de descripciones. Así, no solo da muestras de un buen dominio de las técnicas literarias, también llama la atención sobre la importancia de estos detalles, aparentemente subalternos, y su influencia en los sucesos contados y en el significado de la totalidad de la obra, que tan obsesivamente buscan el traductor y su enemigo.

Como corresponde en un texto posmoderno, se llega a la conclusión de que no existe un significado único en la obra (establecido por el autor y que hay que “descubrir”), sino que cada lector es capaz de hacer una interpretación diferente. A la eidesis inicial se suma una de segundo grado, basada en un poema griego, y otras que los lectores podemos percibir y que no están señaladas por el traductor. Lo mismo sucede con las parodias y alusiones literarias, pues se copian recursos de autores de todos los tiempos, desde los famosos símiles homéricos hasta las estrategias narrativas del policial de hoy.

A pesar de la diversidad y complejidad de niveles de lectura, La caverna de las ideas resulta una narración amena y fluida, con una muy buena trama y personajes (tanto los principales como los secundarios) creíbles y sugestivos. Es una excelente novela que consagra internacionalmente a José Carlos Somoza, psiquiatra nacido en La Habana en 1959 y autor de más de una docena de novelas, desde Silencio de Blanca (1996, Premio La Sonrisa vertical), hasta El origen del mal (2018).

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