Mínima señal
Irma de águila (Lima, 1966) es una de las más destacadas narradoras peruanas de la actualidad. Es especialmente reconocida por sus novelas El último capítulo (2001), Moby Dick en Cabo Blanco (2009), El hombre que hablaba del cielo (2011) y La isla de Fushía (2016). Pero en realidad se inició con un libro de cuentos Tía, saca el pie del embrague (2000), y desde 1994 ha tenido una destacada participación en concursos de cuentos, llegando a ganar en el 2005 un concurso internacional con el relato “Primera travesía”. Del Águila ha vuelto a este género literario en su más reciente libro, Mínima señal (2017), publicado por el Fondo de Cultura Económica.
Los nueve relatos reunidos en este volumen no son estrictamente hablando “cuentos” pues en ellos no se narra un suceso completo, apenas se nos presenta una situación y se esboza un posible desenlace, que no figura en los textos. Pero no por ello se cae en la microficción (un género literario muy en boga, pero narrativamente cuestionable) debido a la minuciosidad de las descripciones y a las reflexiones del narrador en tercera persona. Dan más la impresión de ser fragmentos —unidades narrativas mínimas— de relatos más extensos. Sin lugar a dudas el texto emblemático es “La piscina”, en el que un viejo encargado de la limpieza de un club privado mantiene una oculta fascinación por los cuerpos de las niñas que utilizan la piscina. La autora describe detalladamente las filias y fobias del personaje, entrando en terrenos escatológicos, pero manteniendo siempre el “lenguaje terso y un ritmo lentificado, que invita a la reflexión” como señala la poeta Carmen Ollé en el prólogo del libro.
Hay varias constantes más que le dan unidad y cohesión a este conjunto de cuentos: parten de situaciones cotidianas, están enfocados en el interior de los personajes y presentan (o anuncian) situaciones de “auto reconocimiento” (la anagnórisis de la que hablaban los griegos). En “Ecos de la selva” se trata de un joven de esa región del país, que tras perder el oído en un accidente, revive un recuerdo aparentemente olvidado: “un recitar machiguenga, monótono y profano, en una letanía íntima, sin fin, semejante a las que entonan los curanderos del Amazonas en sus rituales de sanación”. También es de la selva la joven protagonista de “El baile de la garza”, quien comienza a cuestionar las representaciones de costumbres y bailes tradicionales de su comunidad (relacionados con mitos y creencias ancestrales) ante la frívola mirada de los turistas.
Si los últimos libros de Irma del Águila tenían un cierto carácter metaliterario, pues eran ficciones que apelaban a otras ficciones (La casa verde de Vargas Llosa en el caso de La isla de Fushía), en Mínima señal ese elemento ha sido dejado un poco de lado (no del todo, porque el cuento “Tu voz existe” parece una versión posmoderna del conocido poema “El cuervo” de Edgar Allan Poe). Por eso los relatos son más directos e intensos, y en conjunto constituyen un muy buen libro de cuentos, de lo mejor de la narrativa de Del Águila.
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