Symbol


Aunque fue integrante de dos importantes grupos poéticos de los años setenta (Hora Zero y La Sagrada Familia), a Roger Santiváñez (Piura, 1956) se le suele identificar con el ochentero grupo Kloaka (1982-1986), del que fue uno de los fundadores, y con la radicalización de las tendencias conversacionales de la poesía de la generación anterior. Ya alejado del grupo, Santiváñez nos entregó uno de los libros más originales y audaces de la poesía peruana de los años noventa: Symbol (1991). La editorial Pesopluma ha vuelto a publicar Symbol, a casi 25 años de su aparición, esta vez acompañado de un testimonio del propio autor (“Cómo escribí Symbol”) y un prólogo del poeta y crítico Luis Fernando Chueca.

Al leer Symbol, lo primero que llama la atención es el lenguaje lleno de rupturas gramaticales y en el que abundan las palabras “lumpenescas” (“[el libro]… está escrito en el idioma que se habla por las calles de Lima, después de la medianoche” confesaba el autor en el colofón de la edición original), y también términos provenientes del inglés y del quechua. A ello se suma lo aparentemente caótico del discurso, pues a pesar de que los poemas llevan títulos “temáticos” (“Odio”, “Viaje”, “Placer”, etc.) los versos no parecen desarrollar ideas relacionadas con esos títulos. Pronto se hace evidente que más que reflexiones se trata de “monólogos” de una persona sometida a experiencias extremas y vinculadas con los “temas” anunciados. Chueca lo explica como “…la decisión del poeta de sumergirse en la corriente de descomposición de la sociedad para asumir la creación desde ese magma”.

Pero no se trató de una decisión, sino de una muy profunda crisis personal que Santiváñez atravesó en aquellos años. La difícil ruptura sentimental con su “primer gran amor de la juventud”, los excesos de la vida bohemia y el consumo de drogas duras llevaron al poeta muy cerca de la locura y la muerte. En ese momento decisivo Santiváñez acomete la escritura de Symbol, que por eso resulta también “una aventura solipsista: el crispado y obsesivo recorrido por los laberintos del yo, y especialmente por los predios de los delirios y la alucinación”, como ha señalado el crítico y poeta Carlos López Degregori. Todo ello ubica a Symbol en la línea de libros como Aurelia (1855) del francés Gerard de Nerval escrito también en el umbral entre la razón y la locura.

Para salir de sus laberintos mentales, el poeta encuentra algunas “señales” que lo guían; especialmente entre los símbolos religiosos, como anuncia el título del libro. Eso explica también la importancia del número cuatro: el poemario está dividido en cuatro secciones (Poder, Matar, Imaginar y Allucinar), cada una de las cuales está dividida a su vez en cuatro poemas: y cada poema está conformado por cuatro estrofas de cuatro versos. No es necesario recalcar que el cuatro es un número clave tanto dentro de la cultura cristiana (los puntos de la cruz, los evangelios, los jinetes del Apocalipsis) como prehispánica (los suyos, los hermanos Ayar).

Afortunadamente Santiváñez superó el mal momento (“supe parar justamente antes de la tumba” reconoce aquí) y posteriormente viajó a Estados Unidos, a hacer un Doctorado en Literatura en la Universidad de Filadelfia. En ese país radica hasta ahora, dedicado a la docencia y a continuar su obra poética. Symbol ha quedado como un valioso testimonio, un libro en el que la violencia social y los problemas personales son superados gracias a las palabras y a la imaginación poética.

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