Todas mis muertes
Ezio Neyra.Todas mis muertes (Alfaguara, 2006)
En la novela Todas mis muertes Ezio Neyra (Lima, 1980) cuenta, en paralelo, dos episodios de la vida de su protagonista, el periodista Francisco Neyra. Uno de ellos, ambientado en la Arequipa de hoy, es la primera comisión de Francisco (aspirante a escritor y ligado al ambiente cultural) en la sección policial del diario La Opinión: la búsqueda de un asaltante de bancos y asesino. El otro episodio corresponde al verano feliz que Francisco, a los 13 años, pasó en casa de sus abuelos paternos en Camaná, en contacto con la naturaleza y rodeado de personajes entrañables: la abuela Mamajuana, el abuelo, la tía Norma, la empleada Feliciana y un grupo de primos.
Pero las dos historias no tienen la misma importancia en la narración, y la del periodista (mucho más breve) deviene en una especie de marco narrativo cuya función es presentar los más importantes momentos de la novela: la desesperada búsqueda por Norma de un marido que otorgue dignidad a sus seis meses de embarazo, las disparatadas y divertidas conversaciones entre Norma y Mamajuana y, por supuesto, el triunfo del gallo carmelo del abuelo sobre el campeón ajiseco de su enemigo. Un triunfo cuyas trágicas consecuencias significaron el final de la infancia de Francisco.
Esa es la primera de la muertes anunciadas en el título. La otras son las de la vocación literaria del protagonista (su novela es rechazada por una importante editorial), del Camaná de su infancia (los campos del abuelo comienzan a urbanizarse) y de los vínculos familiares tradicionales. Pero ese enfrentamiento entre el pasado positivo y el presente negativo presenta algunas contradicciones; como el abuelo, un personaje abiertamente autoritario y cruel, cuya muerte debería ser más bien una liberación para toda su familia. Igual de autoritario resulta el padre de Francisco, pues este confiesa que “debía esperar su buena gana, amoldarme a sus tiempos... ponerme a su disposición”.
Entonces el verdadero eje de la novela es el enfrentamiento entre lo masculino y lo femenino, entre lo autoritario y lo solidario. En ese choque, Francisco opta siempre por lo femenino. Con su madre dice haber formado “un equipo, Madre e hijo unidos bajo la sombra de una eficiente rareza solidaria”; lo mismo hace con Feliciana, Mamajuana y, en especial, Norma, su madrina y quien lo hace regresar a Camaná, después de 15 años. Los conflictos de Francisco podrían reducirse a su falta de competitividad y de adaptación a los ámbitos eminentemente masculinos en los que tiene que desenvolverse.
Sin embargo, algunos de los episodios más desarrollados (la pelea de gallos, los enfrentamientos entre el abuelo y Gómez) no tocan esos temas. A ese problema hay que sumar otros, como la opción del autor por un lenguaje demasiado sencillo y simple, en no pocos casos descuidado (“el carmelo ya sobresalía por sobre el resto”). Algo especialmente notorio tratándose de una novela corta y de un narrador que en su primer libro, Habrá que hacer algo mientras tanto (2005), nos había entregado algunas páginas escritas con originalidad y creatividad. Por esas fallas estructurales y desaciertos formales, Todas mis muertes no llega a convencer como ficción novelesca ni aporta mucho a la narrativa de Neyra.
Se pueden leer las primeras páginas de Todas mis muertes en el blog Quipu: Literatura descentralizada.
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