Ya no es novedad: una importante editorial ha iniciado una campaña contra los vendedores de libros piratas y la libre difusión de textos a través de la internet. Lo mismo sucede con la música (tanto por la venta de discos como por el uso de programas como Napster y Kazaa), el cine y cualquier otra forma de expresión propia de nuestro tiempo. Atribuir la profusión de esta piratería cultural a una pérdida repentina y generalizada de valores (entre ellos el respeto a los derechos de autor) resulta demasiado fácil e ingenuo. En realidad, este fenómeno es una de las tantas consecuencias de la revolución que estamos viviendo: el paso de las formas de reproducción tradicionales (mecánicas e industriales) a otras más modernas basadas en lo electrónico y digital.
Desde la invención de la escritura, los libros fueron hechos de una manera manual y artesanal: los transcribían a mano los copistas, personas especializadas en el arte de la caligrafía. Una segunda etapa se inició con la invención de la imprenta en el siglo XV. A partir de entonces los libros fueron producidos en forma mecánica y por editores, que más tarde se convirtieron en empresas editoriales. Durante quinientos años los escritores, para hacer llegar sus obras a los lectores, dependieron de la voluntad e intereses de los editores. Hoy, gracias a la revolución informática, esa dependencia no existe. Un escritor puede editar su libro en su propia computadora y entregarlo, mediante la internet, a los lectores de todo el mundo.
Evoluciones similares se han dado en todas las artes. La música tardó mucho más, hasta fines del siglo XIX (con la invención de los discos), para llegar a la reproducción mecánica, convirtiéndose en una de las industrias más prósperas. Desde entonces los músicos, compositores y cantantes perdieron el contacto directo con sus oyentes para pasar también a depender de los intereses de las empresas discográficas. La dependencia de los artistas (escritores y músicos, pero también inventores de todo tipo) con respecto a los empresarios se expresaba a través de contratos en los que los primeros cedían sus creaciones, a cambio de un cierto pago o porcentaje en las ganancias, para que sean reproducidas industrialmente por los segundos. Ese es el origen de los derechos de autor.
Así como el paso de la reproducción artesanal a la mecánica significó que algunas personas perdieran sus fuentes de ingreso (lo monjes copistas, por ejemplo), el salto de la reproducción mecánica a la digital representará una disminución en las ganancias de las empresas editoriales, discográficas y cinematográficas. Son consecuencias inevitables del progreso, esa permanente lucha de los hombres por mejores condiciones de vida y educación para las mayorías. Y eso es precisamente lo que está logrando esta revolución informática y digital, que un mayor número de personas tenga acceso a un mayor número de libros, obras musicales, películas y productos culturales en general.
Por supuesto, las grandes empresas están luchando por mantener sus ganancias acostumbradas. Para ello hacen esas campañas mediáticas que presentan como lucha contra la piratería y por los derechos de autor. Ni lo uno ni lo otro. Lo que ellos califican como piratería es simplemente una consecuencia del nuevo mercado global y liberal. Y ya se sabe que los derechos de autor no ayudaron en nada a creadores como Homero, Dante, Shakespeare, Bach, Mozart, Beethoven, Vallejo o Kafka. Ni los más exitosos escritores de la actualidad encuentran justos esos supuestos derechos. Al peruano Alfredo Bryce le señalaron, en una entrevista, que con los ingresos por la venta de sus libros ya debería poseer una pequeña fortuna. "La pequeña fortuna y los ingresos están en los bolsillos de Barral Editores", fue su lacónica respuesta.
Pero ninguna campaña podrá detener el paso del progreso. Mucho menos las quemas de libros (piratas o no) o esas ideas anacrónicas que pretenden mantener como privilegio de unos pocos lo que debería ser uno más de los derechos humanos: el libre acceso al arte, la cultura y el conocimiento en general.
3 comentarios:
Un excelente comentario que refleja muy bien lo que esta
ocurriendo en la actualidad con la producción intelectual.
Me sorprende la verdad que nadie haya hecho un comentario sobre
tu reflexión.
Mucho de lo que comentas se refleja en la obra de Lessing:
For a Free culture, "Por una cultura libre" en el que se tratan
temas de este tipo.
Es refrescante leer en un foro o blog a alguien defendiendo la
cultura sobre el dinero en esta época en la que solo de satanizar
a la piratería se escucha en todas partes.
De acuerdo contigo en que las nuevas tecnologías de información y comunicaciones estén cambiando la dinámica y el acceso a la cultura. Este fenómeno tecnológico-cultural definitivamente es beneficioso para las sociedades, no obstante, no podemos subestimar algunos aspectos. El derecho del acceso a la información no puede pasar por encima de la voluntad del autor. El autor es el que elige si pone a libre dispocision su obra, poniendola en un blog o en otro tipo de fuente. Es él, y no los usuarios, el que decide sobre la misma; de lo contrario, estaríamos usurpando su obra a expensas de nuestros deseos de obtener el conocimiento. La difusión de la información es esencial para el desarrollo de la sociedad; sin embargo, debemos respetar al creador de la misma, ya que sin él, nadie podría disfrutar del nuevo conocimiento adquirido.
Pienso que las ganancias están repartidas en este sistema del progreso. Si se quiere consumir un bien cultural, no solo depende de comprar un libro pirata, este acceso depende de otros factores involucrados, tanto aparatos, sistemas de comunicación, educación, trasporte y demás. Es decir el libro pirata no solo ostenta ese precio mínimo al consumidor, sino un precio que se paga por otros sistemas de consumo que van de la mano con el acceso al conocimiento/cultura/intelectualidad/información, etc, no es fácil acceder al conocimiento, incluso requiere de tiempo libre y éste también cuesta.
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