En Claridad tan obscura (Peisa, 2011), tercera novela del escritor y diplomático Carlos Herrera (Arequipa, 1961), se narra la vida de Antonio Ruiz de Montoya (1585-1662), el jesuita peruano reconocido por su épica labor en las misiones de Paraguay. Un personaje histórico lleno de contradicciones, de ahí el título del libro, y a quien seguimos desde su infancia, pasada en Lima, hasta su gran hazaña de desplazar más de doce mil indígenas a través de la selva para salvarlos de la esclavitud (“…la vana tentación de erigirse en pastor de hombres, en Moisés redivivo”), entre otras muchas aventuras.
Como siempre en la obra de Herrera, lo más logrado es el lenguaje, que en este relato combina elementos de la épica clásica, de las crónicas de la conquista y de la metaliteratura posmoderna. Con ellos se pasa del relato de las acciones dinámicas (batallas, p. e.) a las reflexiones más íntimas, las parodias de los documentos de época o los poéticos discursos de los líderes indígenas. A todo eso se suma una narración “marco”: la del autor de la biografía de Ruiz de Montoya que estamos leyendo, uno de los únicos cinco sobrevivientes después de una misteriosa catástrofe mundial.
Con ese relato paralelo, Claridad tan obscura se convierte en una curiosa unión de novela histórica y relato “futurista”. Pero, por su escaso desarrollo, esta última vertiente de la trama más que aportar significados a la ficción histórica, le resta calidad al conjunto. La vida de Ruiz de Montoya, que inspiró la exitosa película La misión (1987), no necesitaba de añadidos posapocalípticos para convertirse en una buena novela.
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