Entre la soledad y el amor


Alfredo Bryce Echenique. Entre la soledad y el amor (Peisa, 2005)

Además de su reconocidas novelas, libros de cuentos y de memorias, Alfredo Bryce Echenique (Lima, 1939)tiene publicadas algunas recopilaciones de crónicas y artículos periodísticos como A trancas y barrancas (1996) y Crónicas perdidas (2001). En esos libros no faltaron algunos ensayos ni entusiastas elogios a este genero literario, El genero más misterioso del mundo según el título de uno de esos textos. No sorprende por eso la publicación de Entre la soledad y el amor, el primer libro completamente ensayístico de Bryce y en el que aborda algunos de los temas más importantes de su narrativa, tan poblada de personajes solitarios como de enamorados no correspondidos.

Las cuatro secciones del libro están dedicadas respectivamente a la soledad, la felicidad, el amor y la depresión. Salvo la última mencionada, estas secciones están conformadas por artículos independientes entre sí, escritos en un lenguaje que comunica las reflexiones del autor de una manera directa y concisa: “Antes la sociedad le permitía al hombre olvidar su soledad”, “La pureza ideal del amor juvenil coexiste con un deseo ardiente, imperativo”. Bryce apoya sus afirmaciones en una amplia cultura libresca, con citas de escritores y pensadores de todo tipo, comenzando por los propios fundadores del ensayo francés, Pascal y Montaigne, hasta autores como Kierkegard, Víctor Hugo, Norbert Elias, etc.

Se trata, entonces, de ensayos de filiación académica pero de vocación popular, dada su brevedad y sencillez expositiva. En algunos pasajes, la prosa de Bryce se asemeja bastante a la de los textos de divulgación científica; en otros, por el contrario, al analizar sentimientos y emociones de personajes provenientes de obras literarias poco conocidas (las novelas de Jens Peter Jacobsen o André Gidé) prima lo culto y elitista. Entre esos dos extremos, opuestos irreconciliables, los seguidores de la obra de Bryce echarán de menos su brillante sentido del humor, que asoma tímidamente en apenas unas cuantas páginas del libro.

La sección correspondientes a la depresión contiene un solo texto -Del humor, del dolor y la risa (Crónica de una depresión)- el más extenso del libro y el único escrito en el estilo más característico del autor: narrador en primera persona (el acostumbrado anti-héroe bryceano) que emplea un lenguaje torrencial y lleno de digresiones. Como indica el título, no se trata de un ensayo sino de una especie de relato para ser leído públicamente, ya que en realidad es el texto de una conferencia. Su interés es más que nada testimonial, pues el autor cuenta una gran crisis depresiva que tuvo a los 30 años de edad, además de la gran amistad que hizo con el psicoanalista que lo ayudó a superarla.

En líneas generales, los textos de Entre la soledad y el amor no llegan tener el suficiente vuelo ensayístico, y nos hablan más de la literatura y las letras de hace un siglo que de la experiencia de la soledad y el amor en la sociedad globalizada y posmoderna de hoy. El mayor valor del libro es como referente obligado para el estudio de la propia obra de Bryce, pues aquí se aclaran detalles de su narrativa, además de revelarse ciertas fuentes e influencias literarias. Ensayos como La vejez no se cura ganan bastante si se leen en contrapunto con su correspondiente versión narrativa, en este caso el cuento Debbie Lágrimas, Madame Salomon y la ingratitud del alemán del libro Guía triste de París.

1 comentario:

Javier Ágreda dijo...

Copio el primer ensayo de la sección El amor


El amor absolutamente melancólico

Hay amores livianos tan efímeros como cálido soplo de viento; también pueden ser apasionados, sexuales; otros, dulces, suavísimos, o violentos, odiosos; raros son los espirituales e intelectuales; poco corrientes los afectados e histéricos. Del fracaso que conllevan estas formas de amar, nace el melancólico deseo de un amor único que absorba la vida entera. ¿Cómo ese este amor que podemos definir absolutamente melancólico e inalcanzable?

Ante todo debemos saber qué es el absoluto. Hegel afirma que el absoluto es el espíritu, y esta es su más alta definición. Entonces el amor absoluto “es un amor de espíritu a espíritu, la conjugación sorprendente de un diálogo, el resultado dichoso de una afinidad descubierta”. Hegel lo explica con toda claridad: “El amor absoluto es el Yo que se refleja en otro ser diferente”. De lo que se deduce que mi yo no es el que soy, es una persona que está ahí, a quien miro y regocija mis ojos. Desde este momento descubro que mi realidad íntima se refleja en un ser ajeno, extraño, que profundamente me afecta y deja perplejo. Sin embargo, en esta unidad se conserva la oposición yo y tú. Martin Buber, por el contrario, piensa que sólo el otro puede realizar al uno solitario, mediante la comunicación de los espíritus (materialidad sonora de la palabra), para vivir un amor absoluto. El problema consiste en cómo salvar las diferencias que caracterizan a los seres que han llegado a esta unión amorosa, porque existe siempre un peligro: que el odio brote del amor mismo y solidifique la relación trágica. Por ello, el amor absoluto debe ser absolutamente absoluto, es decir, llegar a la total identidad con otro ser, en la que desaparecen tanto armonías como discrepancias.

Cabe también la posibilidad de que vea al otro como espejo de sí mismo y su realidad se vea sacrificada a mi realización personal. Igualmente, el otro puede desear que cumpla sus fines de desarrollo individual, y se vayan diluyendo nuestras subjetividades en una tortuosa y egocéntrica lucha de dominio recíproco. Luego, el amor absoluto no es una realidad armoniosa del espíritu, como afirma Hegel, ni basta amara espiritualmente para encontrar la dicha.

Amor absoluto puede ser el que se siente por el otro al descubrir la semejanza. En este caso, ama no para sí mismo, sino para compenetrarse y unirse, conservando la propia identidad, y para poder descubrir el amado único, que sólo se logra por la mutua objetividad. Los que aman absolutamente no buscan la absorción del otro y sí, por el contrario, descubrir la realidad singular de cada cual, como los personajes de Chejov, para quienes el amor es un hallazgo sorprendente que sólo más tarde pueden explicarse.

Ahora bien, me parece que el amor absoluto es algo fantasmal, porque si dos seres llegan a un punto de tan extrema coincidencia, no pueden sentirse realidades independientes, son tan sólo reflejos de una misma conciencia, enlazados en esa identidad sombría. La esencia del amor es borrar las diferencias hasta que los amantes olvidan su realidad personal. Tanto se aman, que se desconocen totalmente y parece como si no quisieran saber nada el uno del otro. Gozan y se deleitan contemplando, embebidos por su deliquio amoroso, ajenos a sus mundos originales. Aman sin explicarse el porqué ni el para qué del amor, sencillamente están ahí como identidad que impele el uno hacia el otro. El amor absoluto se revela como prisión recíproca de los amantes para crear un todo de sí mismos, ese único platónico que ignora los otros seres y en el que desaparece el mundo real. Esta realización del yo en el tú, que soñaba Emmanuel Mounier para escapar del egocentrismo burgués, demuestra un amor que clausura a los amantes separándolos de la comunidad humana.

La otra forma de amor absoluto la expresa el personaje de L’amour fou de André Breton, para quien la locura amorosa es realizar un sueño que de repente se encarna en un ser que se ve en una esquina o al cruzarse las miradas. La melancolía secreta de muchos hombres y mujeres es poder vivir ese amor loco. La liberación del deseo sexual en estos días proporciona la libertad necesaria para encontrar realmente el ideal escondido en el subconsciente y que de súbito se refleja en un rostro. Toda la poesía de Paul Eluard celebra “ese único ser que acaba de confundirse con una criatura, que el pensamiento y las palabras no alcanzan jamás”. La melancolía que crea el deseo de una criatura imaginada en la adolescencia o aparecida en una noche de insomnio, influye de tal forma en la conducta de un individuo que puede situarlo en circunstancias favorables a su consecución.

André Breton señala: “El azar es la coincidencia de una casualidad externa y una finalidad interna”. Y narra el encuentro inesperado, en un café de Villeneuveles- Vignon, el 29 de mayo de 1934, con una muchacha “escandalosamente bella”. Al regresar a París, exaltado por el objeto de su amor, una noche abre uno de sus libros y lee un poema titulado Girasol, que había escrito en 1923: era la narración anticipada de su aventura. El prersentimiento, según los surrealistas, es una conjetura que nace del libre juego imaginativo de la introspección.

En la sombra de una realidad melancólica viven un amor absoluto los personajes de ese maravilloso cuento de Chéjov, La dama del perrito, asombrados de su encuentro al borde del mar en Yalta, y no saben por qué se aman. “Hay algo en ella que inspira lástima”, dice él, y se despide con el propósito de no verla más. Pero vuelve a buscarla una, otra vez, y se abrazan melancólica, cálidamente. Están unidos por su melancolía de amor y se enternecen al mirarse entre penumbras, pues saben que su amor absoluto no tiene perspectivas ni futuro. “¿Cómo librarse, en efecto, de tan insoportable tormentos? Y les parecía que, pasado algún tiempo, la solución podría encontrarse, y empezaría entonces una relación maravillosa”. Este amor absoluto, fantasmal e invisible como el espíritu, deja una triste e incurable, melancolía.

Recordemos otra historia de Chéjov, Ojos negros, donde el sorprendente y maravilloso encuentro con la mujer única, en el balneario, y su posterior abrazo clandestino en el granero de una casa se disuelve en memoria melancólica. El amante confiesa que de ese amor conserva solamente instantes delicados y supremos ensartados en el hilo del recuerdo, que se irán perdiendo con el paso del tiempo. Asimismo, los cuentos que titula Era ella y El beso significan que en la entrega absoluta nunca sabemos quién es realmente el ser que estrechamos en nuestros brazos o nos da un beso en la oscuridad del bosque.

La conclusión de Hegel, En la Fenomenología del espíritu, esa gran historia novelada de la conciencia del hombre, reafirma “como el espíritu es infinito, la historia nunca tiene fin”. Quizá el amor absoluto es una quimera, como Dios, una ilusión necesaria del conocimiento. Y puesto que el amor absoluto no puede realizarse, es tan sólo el encuentro de dos seres que dura una corta eternidad, nos deja el sabor melancólico del infinito, o crea la ansiedad desesperada del bien único apenas vislumbrado en los tiernos abrazos, o del sol radiante del mediodía cuya búsqueda desesperada acabó de enloquecer a Van Gogh. “El absoluto es la absoluta identidad consigo mismo”, afirmó Hegel. Esta soledad radical del amor absoluto crea una melancolía analítica y enturbiadora.