El hermano de Fernando Vallejo


Fernando Vallejo. Mi hermano el alcalde (Alfaguara, 2004)

Hasta el pequeño pueblo colombiano de Támesis, cercano a la ciudad de Medellín, nos lleva Fernando Vallejo en su más reciente libro Mi hermano el alcalde (Alfaguara, 2004) para contarnos la aventura política de su hermano Carlos, un prestigioso abogado y diplomático. La historia se inicia con Carlos, en medio de unas fiebres tropicales, decidiendo lanzarse como candidato a la alcaldía, y está centrada en la descripción, irónica pero siempre festiva, de los folklóricos rituales electorales sudamericanos: promesas irrealizables, votos comprados, electores fantasmas, compadrazgos y negociados. Carlos es elegido alcalde (a pesar de su honradez) y su gestión, plagada de problemas económicos y judiciales, significa un gran progreso para la ciudad. Sin embargo, en las siguientes elecciones su representante es derrotado humillantemente.

Como en sus anteriores novelas, Vallejo parte de personajes y sucesos reales (su hermano Carlos fue alcalde por 3 años), añadiéndoles o simplemente exagerando determinados detalles, con los que Támesis termina convirtiéndose en algo muy parecido al Macondo de García Márquez: muertos que se levantan para votar, autoridades que recorren la región cargadas en hombros, ríos en los que los más pobres pescan los cuerpos de las víctimas de la violencia. También están presentes el acertado manejo del lenguaje, que reproduce literariamente el sentido del humor y la oralidad de los personajes; y la visión desencantada del mundo (ironías y diatribas) que se han vuelto las marcas más características y originales de esta narrativa desde La Virgen de los sicarios (1998).

Lo más interesante del libro es precisamente el contraste que se establece entre la mirada sombría y pesimista del personaje narrador (el propio Fernando Vallejo) y el optimismo y vitalidad del alcalde: “Carlos quiere a los pobres; yo no. Carlos hace la caridad; yo no. Carlos tiene fe en la vida; yo no”. Así, mientras el narrador se define varias veces como un hombre ya muerto, el protagonista y la gente de su entorno viven en una colorida y permanente fiesta, disfrutando a plenitud del sexo. Contraste que se expresa acertadamente en una serie de detalles, como ese grupo de loros que vuelan insultando a los narcotraficantes y diciendo “con la concisión de Cioran verdades eternas”; o en las irónicas normas de conducta que propone el narrador para los que quieran incursionar en la política.

Esas son las mejores páginas de un libro que se agota pronto y por diversos motivos: la falta de evolución de los personajes, la repetición de situaciones similares, la ausencia de una verdadera trama novelesca a desarrollar. El relato queda así limitado a la descripción de lugares naturales, hábitos y formas de vida; de los excesos a los que ha llegado la violencia política en Colombia y también de los problemas y vicios, aparentemente insuperables, que aquejan a las democracias latinoamericanas. En realidad, más que de una novela se trata de una especie de “cuadro de costumbres” ampliado, actualizado y muy bien escrito.

Vallejo ya había anunciado que La rambla paralela (2002) sería su última novela, pues pensaba abandonar la literatura para dedicarse a la música, que él considera hoy una forma artística muy superior. Cumpliendo su palabra nos entrega este Mi hermano el alcalde, redactado hace ya algunos años, no tanto como una novela sino como un testimonio apenas “ficcionalizado”. Un testimonio valioso por la descarnada descripción del atraso, injusticia y marginación en que todavía vive inmersa buena parte de la población de su país. Y también por devolvernos al original universo narrativo de Fernando Vallejo, peculiar conjunción de escepticismo lúcido, realismo descriptivo y creatividad literaria.

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