El círculo de los escritores asesinos

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Diego Trelles Paz. El círculo de los escritores asesinos (Candaya, 2006)

Cinco escritores jóvenes, compañeros de tertulias en un céntrico bar limeño, forman un grupo, al que denominan pomposamente El círculo, y editan una revista literaria. Cuando el crítico de un importante diario comenta despectivamente la revista, los escritores deciden matarlo. Esa es la historia que cuenta Diego Trelles Paz (Lima, 1977) en su primera novela, El círculo de los escritores asesinos, a través de los “manuscritos” en que cada uno de los miembros del Círculo –amparados en seudónimos literarios- cuenta su versión personal del crimen.

Desde el primer manuscrito, correspondiente a Larrita (por el escritor español Mariano José de Larra), la narración, que se mantiene siempre en un tono oral y coloquial, se ve interrumpida por continuas digresiones e historias subalternas que van postergando los detalles del crimen. Larrita rememora la historia de cada uno de los integrantes del Círculo, de sus conocidos (entre ellos personas reales como el actor Hudson Valdivia y el poeta Carlos Oliva), sus conversaciones (incluyendo los argumentos de las novelas y películas mencionadas), y muchas otras cosas. Sólo después de más de 150 páginas se llega a la noche del asesinato. Y en los otros manuscritos, de menor extensión, la dinámica narrativa es la misma.

Así, esta mezcla de Rashomon y Los detectives salvajes -ambientada en un bar frecuentado por escritores bohemios y ubicado en el tradicional jirón Quilca limeño- se le escapa de las manos a Trelles por su afán (casi una obsesión) de atraparnos con las historias subalternas. Y si bien algunas de ellas están bien narradas y resultan de interés, otras son más bien innecesarias, como cuando se “cuentan” películas tan conocidas como Hannah y sus hermanas o Buenos muchachos (de Allen y Scorsese, respectivamente), o libros como El Quijote o el Poema del Cid, de lectura obligatoria en cualquier curso de literatura, que Trelles presenta y resume, sin ningún aporte ni interpretación personal, en extensas notas a pie de página.

El mismo respeto y reverencia muestra el novelista con sus personajes y la cultura underground limeña en general, tan poblada de gente que ha hecho de la pose y el snobismo una forma de vida. Sin denunciar con firmeza lo ridículo de sus comportamientos, la pobreza de su formación y logros literarios, o lo limitado y mezquino de sus ambiciones, la novela –por el contrario- pretende exaltarlos a la categoría de héroes culturales. Trelles ni siquiera toma distancia con respecto a los prejuicios y lugares comunes de los que parten estos “escritores malditos”, desde la misoginia (señalada por Olga Rodríguez en su reseña de la novela) hasta la incapacidad de la crítica para entender sus obras.

El escritor Santiago Roncagliolo afirma, en el prólogo del libro, que lo fundamental en esta novela es la “constante indistinción entre realidad y ficción”, pues los datos objetivos se mezclan con la “delirante fantasía literaria de unos poetas mediocres” (los autores de los manuscritos) y con “chismes del mundillo literario y anécdotas de fiesta universitaria”. En realidad Trelles no ha trabajado tanto lo referente a los límites entre realidad y ficción -ni la fantasía de sus personajes- como la detallada narración de esos chismes y anécdotas. El círculo de los escritores asesinos no es novela lograda, pero sí un interesante y a ratos divertido testimonio de la vida literaria limeña de los últimos años.

Guerra a la luz de las velas

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Daniel Alarcón. Guerra a luz de las velas (Alfaguara, 2006)

Daniel Alarcón es considerado por algunos como la mayor promesa de la narrativa peruana actual; algo que no deja de ser extraño pues, a pesar de haber nacido en Lima (1973), radica en Alabama (EEUU) desde los tres años de edad y todos sus cuentos –algunos de ellos publicados en importantes revistas estadounidenses– los ha escrito en inglés. Su único libro War by candlelights: stories (2005) fue finalista del premio PEN/Hemingway para el mejor debut literario del año en el país del norte. Recién con la publicación de Guerra a la luz de las velas (Alfaguara, 2006), una traducción que incluye tres relatos nuevos, los peruanos podemos conocer la obra de este joven escritor.

Los 11 cuentos de Guerra... son de aquellos que dan más importancia a la creación de atmósferas que al interés de la trama o a los finales sorpresivos. Sus historias nos llevan a diversos ambientes, desde recónditos parajes de la selva peruana hasta la ciudad de Nueva York, pasando por los pueblos jóvenes limeños. Los protagonistas son seres marginales, exiliados, sin futuro; víctimas de la guerra, los desastres naturales o simplemente de la pobreza. En Ciudad de payasos (titulada City of clowns en su versión original), Óscar es un joven periodista, hijo de una empleada doméstica y un ladrón, que recorre Lima vestido de payaso (para un artículo) y va recordando los episodios más tristes y humillantes de su vida, como cuando ayudaba a su padre a asaltar las casas de sus compañeros de escuela.

Este cuento, uno de los más extensos, muestra claramente algunas de las virtudes literarias de Alarcón, como la economía y precisión en sus descripciones, ya sea de la ciudad (no cae en el despliegue costumbrista de algunos narradores limeños) o de las emociones y estados de ánimo de sus personajes. No incurre, tampoco, en maniqueísmos de ningún tipo, y los lectores podemos advertir nobleza y dignidad tanto en los personajes pobres (Carmela), en los ricos (Azcárate) y hasta en delincuentes como el padre de Óscar. En los cuentos “yanquis” (Suicidio, Florida, Ausencia) el destierro y la soledad de los personajes son tratados sin efectismos y de un modo que remite a referentes literarios estadounidenses.

Estas cualidades de la narrativa de Alarcón son especialmente estimables cuando aborda el difícil tema de la violencia política de las últimas décadas, en los cuentos Lima, Perú, 28 de julio de 1979 y Guerra a la luz de las velas. En ambos los protagonistas –“pintor” y Fernando– son militantes de movimientos subversivos que mientras llevan a cabo una misión rememoran diversos episodios de sus vidas: pobreza, injusticias, problemas familiares y del contexto político. Estos relatos presentan seres humanos verosímiles, dejando de lado los prejuicios y estereotipos de otros cuentos –Abel de Sergio Galarza, por ejemplo– y novelas que han intentado desarrollar este tipo de historias.

El retrato de la sociedad peruana se amplía y complica en aquellos cuentos en los que el tema principal es la miseria y el desamparo que enfrentan los pobladores de los Andes ante los desastres naturales, como en Huayco, El visitante y también Lima, Perú... que recuerda el trágico terremoto de 1970. Y aunque podríamos hacerle algunos reparos (en especial la falta de creatividad en el manejo del lenguaje, seguramente debido al filtro de la traducción), Guerra a la luz de las velas es un muy buen primer libro, un auspicioso debut en la narrativa para Daniel Alarcón.

El fondo de las aguas

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Peter Elmore. El fondo de las aguas (Peisa, 2006)

El crítico, ensayista y narrador Peter Elmore (Lima, 1960) continúa en su tercera novela, El fondo de las aguas (Peisa, 2006), la exploración del policial y la novela negra realizada tanto en Enigma de los cuerpos (1995) como en Las pruebas del fuego (1999). El protagonista del relato esta vez es Santiago Urbay, un solitario e insomne profesor de matemáticas que encuentra a Pablo Montes herido en la calle y lo lleva a una posta médica. Después de eso, Montes desaparece sin dejar ningún rastro, y son Santiago y Sonia -la hija de Montes- quienes lo buscarán tenazmente, a pesar de los peligros y amenazas, descubriendo algunos de los aspectos más sórdidos de la tugurizada ciudad en que viven.

Escrita con corrección, tanto en lo que respecta al lenguaje como a la trama (con la dosis de sorpresas y peripecias que el género requiere), la novela llama más la atención por las descripciones de esa ciudad innominada (pero fácilmente identificable con Lima) en la que imperan la corrupción y la violencia. Y cuyos habitantes son casi todos seres marginales: los miembros de la Secta del arca; la Dama Griega, conductora de un programa nocturno en la radio que congrega hasta a vampiros humanos; o el asesino en serie cuyo rasgo más notorio es el gran lunar que le cubre la cara. No menos extraños son aquellos que detentan el poder, desde el misterioso millonario Clemente Almada hasta los militares que mantienen la ciudad en un permanente estado de sitio.

Con estos elementos, la novela parece tener bastante en común con algunas publicadas recientemente en el Perú por escritores jóvenes, como Hotel Europa (2005) de Luis Hernán Castañeda. Pero mientras en esa narración lo fantástico e “irreal” provenía del imaginario de la cultura de masas (cómic, cine y rock), la ciudad de El fondo de las aguas es más literaria y está en la línea de la ficticia Santa María, en la que Juan Carlos Onetti ambientó gran parte de sus relatos. Y también de la Lima tal y como fue descrita por Ribeyro en los libros Los gallinazos sin plumas y Los geniecillos dominicales, algunos de cuyos personajes y episodios son trasladados, a manera de homenaje, a esta novela.

Además, Elmore ha intentado darle otra dimensión a la historia. No es casual que el nombre del protagonista sea el de la obra teatral Santiago, que Elmore creó junto con el grupo Yuyachkani. Si aquel era un personaje religioso resemantizado en los Andes, el de la novela es un “Santiago urbano”, un justiciero que se traslada no en caballo sino en un viejo automóvil marca Fairlane (“sendero justo”) y que representa a la razón, la memoria y la verdad. El complemento de este insomne es Sonia: el amor, el perdón y el sueño. De ahí que la ciudad de la novela resulte una especie de versión onírica de la Lima de hace unos años, incluidos los atentados, las desapariciones, el poder corrupto y hasta las llorosas imágenes de la Virgen.

Esta última dimensión, ubicada entre la alegoría (lo esquemático y cerrado) y el símbolo (lo abierto y susceptible de diversas interpretaciones) parece ser la que más trabajo le ha costado al autor. Y aunque algunos personajes secundarios sean claramente alegóricos (desde el nombre) y Santiago resulte menos logrado que el Adrián Alcántara de Las pruebas del fuego, Elmore sale bastante bien librado del reto. El fondo de las aguas es una novela audaz y una original aproximación literaria a los sucesos de muestra historia reciente.

Clemente Palma. Narrativa completa

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Clemente Palma. Narrativa Completa (PUC, 2006)

Uno de los personajes más importantes de la escena literaria peruana de inicios del siglo XX, Clemente Palma (Lima, 1872-1946) es más recordado por sus irreverentes críticas a los primeros poemas de Vallejo y Eguren que por su valiosa contribución a la modernización de nuestra narrativa. Sus cuentos combinan el estilo y la retórica modernista con una temática centrada en lo macabro y mórbido, a la manera de Edgar Allan Poe, pero también con lo fantástico, cosmopolita y las reflexiones estéticas. La Universidad Católica acaba de publicar Clemente Palma. Narrativa Completa, dos tomos que reúnen las obras publicadas y también textos inéditos del injustamente olvidado hijo del tradicionalista Ricardo Palma.

Con una sólida formación literaria, adquirida tanto en su hogar como en el Colegio Lima (fue condiscípulo de Chocano) y la Universidad de San Marcos, Clemente Palma comenzó a publicar poemas, ensayos y relatos en revistas y diarios limeños (1894-1901), mientras consolidaba su carrera de abogado y diplomático. Llegó a ser nombrado Cónsul peruano en España (1902) y en ese país, en Barcelona, publicó el libro Cuentos malévolos (1904), que contó con un elogioso prólogo de Miguel de Unamuno. Un libro fundador de la tradición cuentística peruana, y al que seguirían, años después, El Caballero Carmelo (1918) de Valdelomar y los Cuentos andinos (1920) de López Albújar.

El crítico y también narrador Ricardo Sumalavia explica en el prólogo de esta Narrativa completa que los Cuentos malévolos son mucho más que simples imitaciones de los relatos de Poe. Escritos con “léxico sonoro e imágenes sugerentes”, estos cuentos giran en torno a la muerte (“un medio de liberación, una huida del tedio y del desencanto”) y sus protagonistas siempre procuran “la restitución del ideal estético de la belleza”, aunque eso los conduzca hacia lo fantástico, grotesco, o a las peores manifestaciones del mal. Los ojos de Lina y La granja blanca, los más conocidos cuentos del libro, son historias de pasiones amorosas que, llevadas al límite, alcanzan extremos de crueldad y horror.

A su regreso al Perú, Palma se dedicó más al periodismo y la política. Fundó y dirigió las revistas Prisma (1905-1907) y Variedades (1908-1930), y fue nombrado diputado por Lima en 1919. Poco antes había publicado la novela corta Mors et vita (1918), incluida después en su libro de cuentos Historietas malignas (1925). La carrera política de Palma acabó abruptamente en 1930, cuando el golpista coronel Sánchez Cerro lo arrestó y deportó a Chile. En el exilio Palma escribió, en apenas 4 meses, el libro XYZ. Novela grotesca (1934) que desarrolla una historia muy similar a la de la novela La invención de Morel (1940) de Adolfo Bioy Casares, una de las cumbres de la narrativa fantástica latinoamericana.

Estos dos volúmenes de Narrativa completa incluyen los libros mencionados y también textos inéditos: seis capítulos de la novela Longhino (1902), de temática bíblica (“... historia de amores en que eran protagonistas Cristo, una mujer y el amante de ella”), y Tres cuentos verdes (1922), relatos en la línea de las Tradiciones en salsa verde. A ello se suman una docena de cuentos no recogidos en libros, los fragmentos de la novela La nieta del oidor que Ricardo Silva-Santisteban publicara en 1986, y una serie de artículos en los que Clemente Palma reflexiona sobre el modernismo, el cuento y la literatura peruana en general.

Aunque es de noche

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Marco Martos. Aunque es de noche (Hipocampo, 2006)

Uno de los poetas emblemáticos de la llamada “generación del 60”, Marco Martos (Piura, 1942)parece haber alcanzado la necesaria madurez personal y literaria como para abordar, con buenos resultados poéticos, los más diversos temas: la ética en El mar de las tinieblas (1999), el arte musical en Sílabas de música (2003), el ajedrez en Jaque perpetuo (2003). En su nuevo poemario, Aunque es de noche (Hipocampo, 2006), Martos parte del conocido verso de San Juan de la Cruz –el más importante representante de la poesía mística en español- para entregarnos un conjunto de poemas en los que reflexiona sobre su búsqueda espiritual y el reencuentro con la fe religiosa y con Dios.

En la primera mitad del libro, dos extensos poemas parecen resumir toda la experiencia mística. El primero de ellos, Noche oscura (título también tomado de San Juan), muestra a un “yo poético” inmerso en la angustia y desolación (“No hay nada más oscuro que esta soledad”), que busca a Dios a través del ascetismo (“limpio el corazón / limpio la palabra / limpio la ventana/ para que Dios entre”), la oración y el ejemplo de las vidas de San Francisco, San Agustín y Santa Teresa. En Letanías, el encuentro con Dios ya se ha producido y el poeta pasa de lo oscuro a lo luminoso, de la tristeza a las jubilosas loas: “Te doy alabanza sin pausa ni término. / Llego a tu trono como buen vasallo / que tiene al mejor Señor del mundo...

El resto de poemas son más breves y en ellos Martos continúa, sin apartarse de la temática religiosa y trascendental, con dos prácticas habituales en sus más recientes libros. En la sección Penates, el poeta retorna, como en una sección similar del libro Cabellera de Berenice (1994), a los ambientes y personajes de su infancia piurana: “Por ahí deambula todavía / en las noches mi hermano muerto / tan, tan niño” (El aroma de las casas). Y en un importante grupo de textos hace “hablar” a ciertos personajes históricos, apelando al lenguaje, la retórica y episodios de su propia época, como en los poemas Reflexión sobre la Torah y La Torah en su nuez, cuya escritura atribuye a “Moisés de León (1290)”.

Pero incluso en sus poemas más personales –Noche oscura y Letanías- Martos parece estar hablando a través de otros. Especialmente San Juan de la Cruz, aludido en los títulos mencionados, en los aspectos formales (métrica, adjetivos, tropos) y hasta en los símbolos más característicos de su poesía: la noche oscura, Dios como el fuego donde el alma humana “se va quemando”, y el “matrimonio místico”, en que el alma es lo femenino (“mantiene condición de enamorada”) y Dios lo masculino. A pesar del excelente manejo de la versificación y virtuosismo retórico, la religiosidad que estos poemas describen está tan cargada de tópicos literarios que cuesta asumirla como una experiencia real del autor.

No deja de sorprender que, a pesar del agnosticismo dominante, ya sean dos los poetas de nuestra generación del 60 que han escrito sobre su búsqueda de Dios y retorno a la religiosidad católica. Antonio Cisneros lo hizo en El libro de Dios y de los húngaros (1978), aunque sus opciones poéticas (coloquialismos, ironía, situaciones de la vida cotidiana) fueron radicalmente opuestas. Más libresco -casi borgiano- e instalado dentro de la tradición literaria en español, Marco Martos recupera en los poemas de Aunque es de noche el valioso legado de los místicos de los siglos XVI y XVII.