Un clásico moderno

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Denis Diderot. Jacques el fatalista (Alfaguara, 2004)

El enciclopedista francés Denis Diderot (1713-1784), reconocido ensayista y filósofo, fue también un original y talentoso escritor. Su primera publicación fue precisamente un libro de narrativa titulado Los dijes indiscretos, y al morir dejó una serie de obras inéditas pero cuyos manuscritos él mismo había hecho hizo circular entre sus amigos. Entre esas obras se encontraba la novela Jacques el fatalista, un relato que recién se imprimiría, y con gran éxito, en 1796. José Saramago considera e este libro como "la primera novela absolutamente moderna"; y a su sugerencia la sucursal argentina de Alfaguara inicia su colección de Clásicos modernos con Jacques el fatalista (2004) en traducción de Félix de Azúa.

Inspirado en situaciones y personajes del Tristram Shandy de Lawrence Sterne, el relato se inicia simplemente con el criado Jacques y su amo a la mitad de un viaje. Pero la trama gira en torno a las historias que Jacques le cuenta a su amo para distraerlo, especialmente las de sus amores. Pronto se suman otras personajes contando historias propias o ajenas, casi siempre enredos amorosos y aventuras eróticas, que son discutidas y criticadas desde diferentes perspectivas morales por los oyentes. Jacques, por ejemplo, cree que el hombre no puede escapar del destino que le tienen preparado los dioses. De ahí su carácter "fatalista".

Diderot se niega desde el principio a cumplir con las más elementales convenciones novelescas. En la primera página, en lugar de presentar a los personajes se hace una serie de preguntas: "¿Cómo se llamaban? ¿Qué os importa? ¿De dónde venían? Del lugar más cercano ¿Adónde iban? ¿Sabemos acaso dónde vamos?". Cuando alguna de las historias secundarias comienza a cobrar verdadero interés, el narrador de turno suele ser interrumpido por los otros personajes de la manera más impertinente. O el propio autor quien detiene el relato para decirnos que todo eso es demasiado "novelesco" y que él desdeña "aquello que un novelista no dejaría de emplear".

El checo Milan Kundera es el escritor contemporáneo que más se ha ocupado de Jacques el fatalista, al punto de hacer una adaptación teatral titulada Jacques y su amo. Para Kundera, la novela de Diderot representa una de las muchas posibilidades que este género literario ha ido abandonando, sin haber explorado del todo, a lo largo de sus más de 400 años de historia. En este caso se trataría de una "novela-juego" propia del siglo XVIII; una opción por lo lúdico y la libertad total que tendría como texto fundador al ya mencionado Tristram Shandy, y a su mejor exponente en "ese festín de la inteligencia, el humor y la fantasía que es Jacques el fatalista".

Ha habido posteriores intentos de hacer novelas lúdicas, pero éstos se han basado más que nada en la simple permutación de las diversas posibilidades formales. La narrativa de Diderot, por el contrario, estaba ligada a sus cuestionamientos a todo lo que en su tiempo se consideraba como culturalmente correcto, desde la religión hasta la verosimilitud narrativa, ya sea de las tramas, los caracteres o el propio lenguaje. Sobre estos temas discuten acaloradamente Jacques y su amo, remitiendo a otra de esas posibilidades narrativas prematuramente abandonada: la de la "novela-diálogo," a la que pertenecería el propio Quijote con sus extensas conversaciones entre amo y siervo.

La modernidad y vigencia de Jacques el fatalista resultan sorprendentes. Hay momentos en los que el narrador despliega, en pocas palabras, todo un abanico de divertidas posibilidades, algunas bastante imaginativas, para el desarrollo de su historia. En otros critica los excesos del psicologismo y el realismo a ultranza en la novela; excesos que hoy relacionamos más que nada con la literatura del siglo XIX. A ello hay que sumar juegos temporales, cambios de narradores y una serie de detalles sumamente actuales. Se trata, sin lugar a dudas, de un verdadero clásico moderno.

Permiso para sentir

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Alfredo Bryce Echenique. Permiso para sentir. Antimemorias 2 (Peisa, 2005)

La nueva entrega de las memorias de Alfredo Bryce (Lima, 1939), Permiso para sentir. Antimemorias 2 (Peisa, 2005), está dividida en dos partes. La primera de ellas continúa en la línea de las anteriores Antimemorias. Permiso para vivir (1993), y está organizada, como aquel libro, Por orden de azar. Se trata de un conjunto de textos bastante heterogéneo y desordenado ("sarta de capítulos totalmente desabrochados" dice el propio autor), pero plenos del humor y las exageraciones, las citas y las parodias, tan característicos de Bryce; y en los que las reflexiones y los recuerdos personales se suceden en un discurso laberíntico, basado en desvíos y meandros digresivos.

Hay, por supuesto, algunas constantes temáticas que dan unidad al conjunto, entre las que destaca el culto a la amistad. Buena parte de estos textos son homenajes que Bryce hace a sus mejores y más fieles amigos: los compañeros de colegio (Cincuenta años de compañía), aquellos que ha ido conociendo en sus numerosos viajes (Luis, Mi amigo Conrado, Bob Davenport ha desaparecido), y escritores como Julio Ramón Ribeyro (Un amigo muerto, un domingo, un otoño). Otro tema es la nostalgia de los años felices, ya sea de la infancia (Retrato de familia con 98, Pasalacqua y la libertad) o de la bohemia parisina de los 60 y 70’s (Érase una vez en París, 68 modelo para armar).

La segunda parte del libro lleva el título de Che te dice la patria, tomado de un cuento homónimo de Hemingway, y está centrada en el intento de Bryce, a mediados de la década pasada, de volver a residir en su patria después de más de 30 años de exilio voluntario. Toda las frustraciones y decepciones que sufre el autor durante ese proceso, los desencuentros entre la Lima de su memoria y la del gobierno de Fujimori, son narrados en más de 200 páginas (que ocupan el tercio final del libro), en textos más homogéneos y concatenados en forma tan rigurosa que en el último párrafo de cada capítulo figura el título del siguiente.

El laberinto hedonístico de Por orden de azar se convierte en esta segunda parte en una sucesión de capítulos que tiene mucho de la estructura de las explicaciones y demostraciones. Es como si el autor quisiera probarnos que si no se quedó a vivir en el Perú no fue por culpa suya sino de aquellos que hicieron de esa experiencia algo verdaderamente insoportable. Entre los responsables de ese fracaso desfilan, con nombre y apellidos, conocidos personajes del ambiente cultural y político local; además de escritores, vecinos, parientes cercanos y hasta empleados bancarios. Vemos a Bryce víctima de un secuestro político y de policías corruptos que intentan "sembrarle" drogas en el aeropuerto.

El contraste entre ambas secciones del libro (entre el humor y la amargura, entre la amistad y la traición) se convierte también en un enfrentamiento entre dos espacios, Extranja (el país de los extranjeros) y el Perú. Y en ese enfrentamiento Bryce pone toda su capacidad de novelista para hacer más amable y grata la realidad descrita en la primera parte; y más terrible e indignante el relato de su breve retorno a la patria. Diferencias no siempre justificadas, especialmente cuando vemos que el propio Bryce es culpable de muchas de sus desventuras limeñas, como cuando elige ser profesor en la UPC ("jamás he trabajado en una universidad tan mala") y no en San Marcos, en la que él estudió, como le recomendaban sus amigos.

La crítica ha señalado que en la obra última de Bryce la ironía está siendo reemplazada por un sentido del humor cada vez más personal y egocéntrico. Una consecuencia sería la falta de empatía con ciertos tipos de personas y hasta amplios sectores sociales (ver comentario a El huerto de mi amada); en este caso una serie de reconocidos escritores peruanos y los nuevos pobladores de Lima en general. A pesar de ello, Permiso para sentir no deja de ser una lectura interesante (divertida y agradable en su primera parte; amarga y polémica en la segunda), que seguramente no decepcionará a los muchos seguidores de la obra de Alfredo Bryce.

Visite mi página dedicada a la obra de Alfredo Bryce Echenique.

Buscando un Inca

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Alberto Flores Galindo. Buscando un Inca (Sur, 2005)

Alberto Flores Galindo (1949-1990) fue uno de los intelectuales peruanos más influyentes y respetados de su generación. De formación marxista, sus reflexiones, que marcaron toda una época de las ciencias sociales peruanas, fueron lamentablemente interrumpidas por su prematura muerte, a los cuarenta años de edad. De su valioso legado destaca nítidamente el ensayo Buscando un Inca (1986), que obtuviera el entonces prestigioso Premio Casa de las Américas. Ampliado y corregido posteriormente por el propio autor, Buscando un Inca. Identidad y utopía en los Andes (Sur, 2005) acaba de ser publicado nuevamente como parte de las Obras Completas de Alberto Flores Galindo.

La llegada de los españoles en el siglo XVI y el proceso de la conquista fueron vividos como un verdadero cataclismo por los habitantes de los Andes. No sólo perdieron a su máxima autoridad y un orden político; también su religión, su cultura y sus costumbres se transformaron radicalmente. Lo injusto y cruel del nuevo sistema (la población se redujo a menos de la décima parte), hizo que poco a poco se fuera idealizando el pasado incaico. De ahí que los movimientos que intentaron rebelarse contra la autoridad española estuvieran encabezados por personas que se llamaban a sí mismos "Incas", y que en su discurso anunciaban la restauración del Imperio y su orden social.

En los doce ensayos que constituyen Buscando un Inca se sigue el devenir histórico de este pensamiento utópico, que pasó a convertirse en una parte importante de la propia identidad andina. Desde la rebelión de Juan Santos Atahualpa (1742) -analizada en La chispa y el incendio- hasta la violencia política de las últimas décadas (La guerra silenciosa), Flores Galindo se aproxima al imaginario colectivo que está en la base de este tipo de movimientos. Lo mismo hace en La revolución tupamarista y los pueblos andinos, Soldados y montoneros (sobre la guerra de independencia), El horizonte utópico (sobre las rebeliones en los andes durante la década de 1920), entre otros.

Además de estudiar con lucidez y rigor datos históricos de todo tipo, Flores Galindo se aproxima a este pensamiento utópico desde la literatura, el arte y hasta el psicoanálisis. Esa apertura y libertad intelectual (a pesar de la sólida perspectiva marxista del autor) sumadas a una muy buena prosa, le dan al conjunto un vuelo ensayístico poco común en nuestro medio. Como muestra están los ensayos Los sueños de Gabriel Aguilar, lectura psicoanalítica de los sueños del rebelde cusqueño ajusticiado en 1805; El Perú hirviente de estos días, que revisa nuestra historia reciente a la luz de la obra literaria de José María Arguedas; y la aproximación al racismo en República sin ciudadanos.

Por supuesto, no faltan los aspectos polémicos en el libro, y en especial los enfrentamiento con las propuestas ultraliberales y "modernas" de Mario Vargas Llosa, otro de los más influyentes intelectuales peruanos de hoy. Tanto en la interpretación de la obra de Arguedas como de la violencia subversiva, las conclusiones de ambos son completamente opuestas. Sin embargo, en las páginas que MVLL dedica en La utopía arcaica (1996) a Buscando un Inca, lo califica de "un hito en la historia del indigenismo", destacando el rigor, la objetividad histórica y "el juicio lúcido y penetrante de un espíritu que ejercita su quehacer intelectual sin demasiadas orejeras ideológicas".

A dos décadas de su aparición, el libro no ha perdido validez ni vigencia, precisamente por esa lucidez y espíritu crítico: "escribir sobre la utopía andina no significa considerar que ella es necesariamente válida o querer postularla como alternativa al presente" dice el epílogo, añadido en la edición de 1987. Buscando un Inca es no sólo una de las reflexiones más importantes acerca de la identidad, la historia y la sociedad peruana; también el libro más logrado y representativo de la breve pero valiosa obra de Alberto Flores Galindo.

Ensayos de un Nobel

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J. M. Coetzee. Costas extrañas (Debate, 2005)

Escritor de origen sudafricano pero integrado a la gran tradición literaria en lengua inglesa, J. M. Coetzee (Ciudad del Cabo, 1940) ha reunido en Costas extrañas (Debate, 2005) una serie de ensayos que son, en su mayor parte, aproximaciones de un escritor occidental periférico (o "excéntrico", según se autodefinía Borges) hacia otros autores, clásicos o contemporáneos, que comparten esa condición. Por eso estos 26 textos críticos abordan las obras de autores como los rusos Dostoievski y Turgueniev, los holandeses Emants y Noteboom, la sudafricana Nadine Gordimer (Nobel 1991), el egipcio Neguib Mahfuz (Nobel 1998) y el propio Borges.

En su condición de profesor de literatura e investigador universitario, Coetzee se aproxima a esas obras de una manera rigurosa y sistemática, tomando siempre en cuenta las complejas sociedades "poscoloniales", tan similares a la nuestra, de las que provienen. Recurre por eso a términos como identidad, transculturación, oralidad, pero sin caer en sociologismos o efectismos. El ensayo sobre Rushdie –centrado en su novela El último suspiro del moro (1995)- explica precisamente como un excesivo esquematismo al abordar el problema de la identidad termina afectando la construcción de algunos de los personajes ("Abraham es poco más que un villano de cómic") o la composición novelística ("la estructura es cualquier cosa menos sólida").

La severidad de esas afirmaciones se apoya en la objetividad y firmeza de las apreciaciones literarias de Coetzee; especialmente cuando se trata de novelas, género de su especialidad. Sus observaciones, casi siempre inteligentes y precisas, suelen unir reflexiones temáticas con aspectos técnicos y formales. En Las montañas de Holanda de Noteboom encuentra, por ejemplo; "un cierto fracaso en la historia-marco, en ... la búsqueda del significado en que el escritor-héroe está comprometido". Con la misma objetividad aborda los aspectos alegóricos de la narrativa de Mahfuz o la peculiar conjunción de historia doméstica y política en las memorias de Lessing.

La poética implícita en estos comentarios es sumamente racional y poco concesiva con los pastiches, juegos metatextuales ("tan frecuentes en la ficción posrealista") y todo aquello que suele calificarse como posmoderno. Coetzee enfatiza esta posición al iniciar el libro con el ensayo ¿Qué es un clásico?, que refuta el famoso discurso de T. S. Eliot sobre el mismo tema, aquí interpretado como muestra del afán "compulsivo" de un intelectual periférico (norteamericano) por integrarse a la gran tradición cultural europea. Negando cualquier definición idealista o esencialista, las reflexiones sobre los clásicos pasan a convertirse en una afirmación de principios de su práctica como crítico literario.

Esa práctica nos entrega sus mejores resultados cuando aborda obras difíciles, como El hombre sin atributos de Musil, o cuando hace relecturas de clásicos como Robinson Crusoe de Defoe o Clarissa de Samuel Richardson. En esa línea está el ensayo Dostoievski, los años milagrosos, uno de los más importantes del libro y que además explica algunos aspectos un tanto oscuros de la novela El maestro de Petersburgo de Coetzee, basada en la vida y obra del escritor ruso. Para los lectores latinoamericanos son de especial interés los textos Traducir a Kafka y J. L. Borges Collected Fictions, aproximación al universo borgiano a partir de una traducción al inglés de esta obra.

Buena parte de los ensayos reunidos son reseñas críticas publicadas en el prestigioso New York Review of Books entre 1993 y 1999. Ese origen se hace sentir en los a veces tediosos comentarios acerca de la traducción de ciertos términos, y registros de lenguaje, al inglés. No obstante ese detalle, Costas extrañas es un muy buen libro, una valiosa muestra de la lucidez y penetración crítica de J. M. Coetzee, uno de los escritores más reconocidos y admirados de nuestro tiempo.

Comentarios a otros libros de Coetzee: El maestro de Petersburgo y Elizabeth Costello.