La procesión infinita


El escritor Diego Trelles Paz (Lima, 1977) está desarrollando una muy interesante obra literaria. Empezó con el auspicioso libro Hudson el redentor (2001), entre el conjunto de cuentos y la novela, al que siguió El círculo de escritores asesinos (2006), una novela acaso demasiado epigonal. El reconocimiento internacional lo alcanzaría con Bioy (2012) novela entusiastamente elogiada por la crítica española, ganadora del Premio Francisco Casavella y finalista del Premio Rómulo Gallegos. Precedida de los mismos elogios nos llega la tercera novela de Trelles: La procesión infinita (Anagrama 2017), finalista de la más reciente edición del Premio Herralde.

No es fácil resumir la trama de esta novela, porque se trata de un relato fragmentado que abarca a diversos personajes a lo largo de unos veinte años. Los protagonistas básicamente son Diego “El chato” (alter ego del autor y personaje recurrente en sus novelas), su mejor amigo Francisco y Cayetana, ocasional pareja de Francisco. Los tres son estudiantes de la Universidad Católica en los años noventa, y por tanto sus vidas están marcadas por la violencia política y los excesos de la dictadura fujimorista. Vemos a estos tres personajes (y algunos otros) en diferentes etapas de sus vidas (sus primeros trabajos, sus diversiones, sus relaciones de pareja). Tras el suicidio de Francisco, es Diego quien se encargará de investigar el motivo de la trágica decisión de su amigo.

Como en sus anteriores libros, Trelles hace aquí también un gran despliegue de recursos narrativos, desde el tradicional narrador omnisciente, hasta largos monólogos de los personajes, en los que se recrea, literariamente y con eficacia el habla de los jóvenes limeños “universitarios”, con su propia jerga y peculiar sentido del humor. Se intenta también trascender este ámbito, con personajes como “la Chequita” (empleada doméstica en la casa de Cayetana), aunque en este caso los resultados no son tan buenos. De todas maneras la novela se constituye en un válido retrato de la vida de los limeños de clase alta en las últimas décadas. Y también de las peripecias de los escritores peruanos que han optado por el exilio parisino para impulsar sus carreras literarias (el propio Trelles vive desde hace tiempo en París).

Así, con una historia fragmentada, con una amplia diversidad de recursos y narradores, y con múltiples guiños y alusiones a las obras de otros autores (especialmente del chileno Roberto Bolaño), La procesión infinita ha sido considerada por el crítico español Francisco Martínez Bouzas como “una muestra paradigmática de la posnarrativa”. Más allá de las modas terminológicas, si en Bioy esas características nos dejaban la impresión de una novela “quebrada”, aquí la narración resulta mucho más coherente, mejor trabajada en cada uno de sus elementos y sin caer en efectismos ni retoricismos. Se trata, sin lugar a dudas la mejor novela de Diego Trelles, y su ratificación como uno de los más importantes escritores peruanos surgidos en lo que va del siglo XXI.

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