La pena máxima



El escritor Santiago Roncagliolo (Lima, 1975) regresa en su más reciente novela, La pena máxima (Alfaguara, 2014), al relato policial ambientado en el Perú, como en su exitosa Abril rojo, Premio Alfaguara de Novela 2006. Y hasta al mismo protagonista de aquella novela, el peculiar fiscal Félix Chacaltana, quien debe recorrer las calles limeñas, en plena euforia por la participación de Perú en el Mundial de Fútbol Argentina 1978, para descubrir a los culpables de una misteriosa serie de crímenes.

Casi todas las acciones tiene como telón de fondo las transmisiones (por radio o televisión) de los partidos jugados por la selección peruana, que incluso dan título a los capítulos de la novela (“Perú-Escocia”, “Perú-Holanda”, Perú-Irán”, etc.). Chacaltana, más interesado en el cumplimiento estricto de la ley que en el fútbol, se dedica a investigar los asesinatos y desapariciones de jóvenes militantes izquierdistas, aparentemente víctimas de la represión que en forma conjunta realizaban las dictaduras militares que entonces gobernaban a Perú y Argentina, como parte del llamado Plan Cóndor.

Roncagliolo maneja bien la trama de este policial y logra mantener viva la atención del lector, quien va descubriendo poco a poco todos los excesos y crímenes cometidos por esas dictaduras. También está bien empleado todo lo relacionado con la fiesta popular en que se convierte cada partido jugado por la selección peruana en ese mundial; un recurso que ya empleó el autor en Abril rojo, novela ambientada en las tradicionales celebraciones ayacuchanas de Semana Santa. Pero hay una tercera línea narrativa en La pena máxima que hace que toda la novela se caiga: la evolución de Chacaltana, quien el proceso de esta investigación pasa de ser un joven pusilánime manejado por su madre, a convertirse en un adulto dispuesto a casarse y ser cabeza de familia.

Como se recordará, en Abril rojo Chacaltana era presentado como un personaje muy peculiar: tonto casi hasta el límite de lo verosímil, demasiado interesado en el orden y el respeto de los formulismos burocráticos, y obsesionado (casi hasta la necrofilia) con la memoria de su madre. En La pena máxima Roncagliolo ha querido entregarnos la historia de este personaje, mostrándolo en su juventud (inicios de su carrera profesional) y poniendo especial énfasis en la ausencia del padre y en la sumisión ante su autoritaria madre. Pero nada en esta novela logra redimir a Chacaltana, quien siempre actúa como tonto y que si logra resolver los misterios que se le presentan es únicamente por sus errores o torpezas. A la manera de los detectives de películas cómicas, como el inspector Clouseau o Maxwell Smart.

Esta similitud con los personajes de comedia nos da una de las claves de la narrativa de Roncagliolo: está hecha para un público más habituado a las películas masivas y series de televisión que a la literatura. Lo que busca este escritor es más que nada entretener, divertir al lector, aunque para ello tenga que apelar a recursos tan obvios como hacer de su protagonista un tonto superlativo, para que genere constantemente situaciones y diálogos cómicos. Una práctica que podemos encontrar en todas las comedias de televisión, desde El superagente 86 hasta Friends, pasando por la peruana Al fondo hay sitio.

Pero hay que reconocer que Roncagliolo al menos se ha preocupado de crear un tipo de “tonto” netamente peruano. El comportamiento de Chacaltana es risible porque va a contracorriente de lo esperado en un limeño “con calle”, de aquello que generalmente se denomina “viveza criolla”. Ahí donde los demás se saltan los trámites burocráticos o las órdenes de los superiores, él se empeña en cumplirlos y hacerlos cumplir. Es un “antivivo”, del tipo de personas que el humorista Luis Felipe Angell describió con acierto en su libro Los cojudos.

La literatura siempre es un reflejo de los problemas y contradicciones de la sociedad que la produce. Esto es especialmente notorio en el caso de los relatos policiales: cada época queda perfectamente retratada en la naturaleza de los protagonistas de este tan especial género narrativo. Así, la Inglaterra de fines del siglo XIX está bien simbiolizado por la frialdad y racionalidad de Sherlock Holmes; y la Norteamérica de la década de 1940, por el cinismo y pesimismo de Philip Marlowe. El floreciente Perú de inicios de siglo XXI ¿merece ser  literariamente representado por la torpeza y estupidez de Chacaltana?


1 comentario:

Piero dijo...

Pero pensar que retrata al sujeto peruano del siglo XXI no es tan adecuado como menciona tu parrafo final, pues la novela se refiere al setenta, no crees. Creo que seria mejor contextualizarlo para esa década.
Por lo demás interesante reseña