Ni pan ni circo


Alejandro Romualdo. Ni pan ni circo (INC, 2005)

Con la publicación de Ni pan ni circo el poeta Alejandro Romualdo (Trujillo, 1926) se reencuentra con los lectores peruanos, quienes no reciben ningún libro suyo desde Poesía íntegra (1986), el volumen en el que reunió toda su obra poética previa. No hay grandes sorpresas en este esperado poemario, pues se mantienen las características que convirtieron a Romualdo en una de las voces más valiosas y polémicas de la generación del 50 (Eielson, Sologuren, Varela, Belli, etc.); en especial esa tan personal oscilación entre el virtuosismo formal y la más descarnada denuncia social. Pero a los 80 años de edad, Romualdo parece haber encontrado la madurez personal y literaria necesarias para equilibrar y armonizar estas dos tendencias aparentemente tan disímiles.

Ni pan ni circo está conformado por unos cuarenta poemas de distinta extensión (desde unos cuantos versos hasta varias páginas) agrupados en cuatro secciones. Al menos en tres de estas secciones los textos presentan temas y motivos que remiten a la larga experiencia europea del poeta (su primera visita fue en 1951) y más específicamente a Italia, país en el que muchos de estos textos fueron publicados originalmente en una antología bilingüe titulada Né pane né circo (2002). En la sección Tres poemas con tema italiano, el diálogo con la gran tradición cultural latina adquiere un tono irónico, al que se agrega en la sección Tu quoque fili? la denuncia de las injusticias y los abusos del poder, uno de las grandes constantes de la poesía de Romualdo:

Los mismos que las piernas te cortaron,
en estricto privado,
hoy te regalan las muletas
en acto público.
Oh Publio,
agradece a Magnánimo la gracia.
(Miseria de la ideología)

Igual de directos son los textos de las secciones El retorno del cometa Halley (Acumulaciones, La dialéctica, Iconoclasia) y los reunidos bajo el título de Otros poemas, que tratan de temas muy diversos, desde la figura del poeta Ezra Pound (La jaula de Pisa) hasta las simples cifras económicas en Bolsa de valores:

Petróleo 900 980 998
Cobre 700 789 876
Oro 689 675 698
Aluminio 500 568 679
Plata 497 456 478
Libertad 000 000 000
Igualdad 000 000 000
Fraternidad 000 000 000

Pero los poemas más importantes son los reunidos en la sección Fragmentos, en la que Romualdo aborda el tema de la violencia política de las décadas del 80 y 90. Son poemas que hablan, como señala Christian Beteta en el prólogo del libro, de “lejanas aldeas, habitadas por quechua hablantes y gente muy humilde, que fueron arrasadas; pueblos convertidos en tumbas sin olvido”. Romualdo describe, a través de una lograda imaginería poética no los terribles sucesos sino sus consecuencias: la desolación, el dolor y las huellas de la muerte en los sobrevivientes y hasta en el propio paisaje:

Livianas, dulces flores del mediodía
más puras que nunca en los
sepulcros andinos,
y tan leves, acribilladas en los muros
de la maleza crispada de horror.
No es el rocío el que cae y las baña
sino el llanto de las madres

Mucho se ha escrito sobre los riesgos literarios -asumidos conscientemente por Romualdo- de incorporar a los poemas una denuncia social tan fuerte y explícita. No pocas veces el escritor ha caído en excesos de efectismo, o se ha aproximado demasiado al panfleto político. Ahí está de prueba su poema más conocido y recitado, el famoso Canto coral a Túpac Amaru, que formó parte del libro Edición extraordinaria (1958), motivo de una de las más grandes polémicas literarias de su tiempo. Pero en estos 21 Fragmentos el poeta toma una respetuosa y acertada distancia con respecto a su objeto poético, y asume, en la mayoría de los casos, un tono más próximo al intimismo elegíaco que a la arenga o el discurso político:

Árboles, arroyos, cascadas suspendidas
en un hilo de agua, música de fondo
en los abismos nevados y silencio
porque son trozos los que escuchan

Estos Fragmentos son, sin lugar a dudas, una de las aproximaciones más dignas y destacables al siempre difícil tema de la violencia política. Cercano a los 80 años de edad, Alejandro Romualdo no deja de sorprendernos con su obra poética, que muchos consideraban ya concluida. Ni pan ni circo nos muestra a un escritor en plena madurez y alcanzando por fin el tan ansiado equilibro entre la calidad literaria y el contenido de los textos; entre lo puro y lo social, usando los términos en los que se planteaba esta dicotomía hace ya medio siglo, entre los entonces jóvenes representantes de la generación del 50.

1 comentario:

  1. Copio los poemas de la sección Fragmentos


    I
    Livianas, dulces flores del mediodía
    más puras que nunca en los
    sepulcros andinos,
    y tan leves, acribilladas en los muros
    de la maleza crispada de horror.
    No es el rocío el que cae y las baña
    sino el llanto de las madres
    frágiles como la lluvia
    corolas de harapos
    en un ramo de violencia
    donde se agitan irritados capullos
    negras banderas y cálices insurrectos

    II

    Entre el lento follaje y las ruinas
    un vuelo desnudo: coronas de furia
    y zumbidos sobre los muertos azules.
    Bajo el fuego cruzado huye la niebla
    sin luz en los ojos.
    No hay nadie en la casa serena del cielo
    y se pudren los muertos.
    Miserable esplendor: la mosca azul
    en la boca, otro cantar en la soledad.

    III

    De todo lo que fue y un golpe de luz
    destrozó, en la desolación
    y la inocencia, entre masacres
    encendidas por la muerte
    con sangre de corderos, de pronto
    un día nuevo bajo la sombra del hacha:
    el sol frío de la claridad se abre
    y en las alturas de nieve
    sobre las tumbas sin olvido
    una última flor respira por todos.

    IV

    Lo que el día dice con tanta claridad
    sosn tus ojos sin nadie, es tu boca vacía
    y el pecho perforado como el paisaje.
    En las quebradas de un dulce sueño
    líneas de fuego y círculos de buitre:
    espantable geometría del cielo.
    Hogueras de nieve, los pastores difuntos
    arden, bailan los demonios
    en el atardecer.
    Máscaras de la bondad
    inútiles y cada vez más sombrías.

    V

    No extraterrestre ni subterráneo
    sino sobre la tierra, comprendo con los ojos
    como balcones hundidos en el firmamento
    que hay una estrella fugaz en todo sueño
    y horribles huellas en las estaciones
    que cruzan por el rostro de los desaparecidos.
    Labran los pueblos fantasmas el estremecimiento
    y el terror, el llanto oscuro
    y el deseo como un camino que no llegó
    cuando empieza la aurora
    con los dedos ensangrentados
    y acaricia las tumbas, y todo termina
    con un grito, como los muertos en los caminos.

    VI

    Nada sino la luz: otro asombro
    meridiano y luminoso
    en el campo desierto
    cuchillo que atraviesas
    con dulce filo
    el cielo estival y perfecto.
    Nada sino la sombra: otra espada
    clavada en el paraíso
    como un hacha
    en el árbol de las vidas
    cercenadas
    a mitad de camino
    sin abandonar la esperanza
    al entrar en los círculos podridos
    argollas de mierda con momias
    políticamente enjoyadas
    disfraces polvorientos, máscaras
    y corderos degollados.
    Profanas escrituras:
    genitales en los muros sagrados
    chorreadas consignas
    de sangre y lamentos.
    Lo viejo bajo el sol
    y el volcán de lo nuevo
    encendido como un cráter
    en la luna
    fría y neutral.

    VII

    Las casas se estrechan como hermanas
    recordando a los que partieron.
    Están deshabitadas, pero cantan:
    las aves las han poblado
    y se escucha al forastero que entró
    como un arco de violín en esa música.
    Todos partieron, sólo la ceniza quedó,
    el rincón del amor amedrentado, sin brasas,
    no se sabe qué corazón tomó
    para desaparecer, como el ave
    sin árbol ni cielo.

    VIII

    En los límites que sólo el silencio
    conoce y revela, hay huellas
    que vienen y van, que se detienen
    como para escuchar o volver,
    y son cada vez más hondas hasta llegar
    convertidas en zanjas, y
    comprendemos
    por qué se borraron los rastros
    en los límites que sólo el silencio
    conoce y revela.

    IX

    Qué panes repartirán los trigales
    fulminados, qué sombra brindarán
    los altos eucaliptos que ayer
    permanecían enhiestos, llenos de plata
    las suaves hojas. Devastados han sido
    y sin panorama yace el paisaje.
    Una ficción sobre otra hacen esta realidad
    sin límites, donde el poema se ordena.

    X
    Árboles, arroyos, cascadas suspendidas
    en un hilo de agua, música de fondo
    en los abismos nevados y silencio
    porque son trozos los que escuchan.
    Se veían bandadas como mantos
    que cubrían los cerros encendidos,
    aves desconcertadas, sin destino,
    y estampidos de terror en la lejanía.
    A dónde ir como el colibrí que se detiene
    y reverbera como una señal sin destino.
    La otra vida tiene el rostro de los pastores
    sin rebaño, y bala, bala,
    y trota y se arrodilla y se queja.

    XI

    No es la noche, en la altura enjoyada,
    la que cae en la oscura contienda,
    ni el rayo. Son otras sombras abatidas
    las que fueron fulminadas. Tantos años
    de crueldad bañaban los rostros de
    las mujeres.
    La piel de los mapas estaba manchada
    con rastros de sangre y cruces marcadas,
    trazos de horror, puntos muertos, incrustaciones.
    Rama sin árbol, florece y sostén a las aves;
    tranqueras sin camino, detén las catástrofes.
    Nunca es más clara la noche que en las fosas
    donde descansa el sol. Víctimas del rebaño,
    los balidos, las ramas,
    las espinas y las piedras, tiemblan.

    XII

    Ángeles tiznados vuelan por los altares,
    ebrios de aceite y humo, con las alas quemadas
    en los escombros del cielo, bajo la nieve incendiada.
    Estallaron los lamentos en el coro
    de la impecable carnicería. En un árbol cercenado
    arde el Paraíso perdido. Ni adán ni Eva
    se salvaron, el lienzo los dejó huir
    desconsolados. En la tela yacen
    los rayos, las aureolas, las espadas
    pisoteadas. Imágenes de la crueldad,
    mutiladas en el atrio en llamas.
    Los Arcángeles estuvieron armados
    y es fuego lo queda, sin lámparas.

    XIII

    Los días se suceden en el horizonte
    y giran con las plumas crispadas
    entre las confusas retamas.
    Lols rencores del sol han calcinado
    los costillares donde brota la hierba
    sin sentir: Alguien reposa con indiferencia
    sobre el camino por donde se quejaron.
    No importa que no escuche: no tiene respuestas.
    No importa que no vea: no tiene deseos.
    No importa que no hable: lo dice todo.

    XIV

    La lluvia cayó, pálida como los muertos,
    la lluvia, que entonces era una fiesta,
    también se bate y estalla sobre las tejas.
    Otra vez las chozas están perforadas,
    la maleza crispada y llorante.
    No hay ya más lágrimas sin rostros
    que caigan sobre los camastros hundidos
    por la ausencia. Cuerpos y almas errantes
    buscan enloquecidos un lecho blando
    en el fondo del río.

    XV

    No hay certidumbre en las tierras acogedoras,
    ni claridad, ni silencio, ni palabras
    como el canto del gallo. Es la errancia
    hacia ninguna parte, después de todo.
    Un río con sangre es también la ciudad,
    con emboscadas en la niebla, muertes impunes,
    sacrificios y avisos que deslumbran a los pobres,
    desamparados por el reloj que marca otro tiempo,
    en el mismo día inmóvil y a la misma hora en que huyeron.

    XVI

    De todo esto queda la tierra calcinada
    y el pecho con latidos que no comprenden
    tanta sangre vertida, restos de quimeras,
    fragmentos que fueron todo y ahora no evocan
    ninguna plenitud. Al amanecer,
    las puertas vencidas dan al cementerio
    donde la primavera cubrió con oro
    lo que ahora es leve ceniza de sus sueños
    dorados por el olvido

    XVII

    Desterrados al difícil sol, en los arenales
    regados por lágrimas como fragmentos
    de su dolor, han llegado hasta aquí,
    después del sol, lejos de la tierra
    que los vio bailar con máscaras relucientes
    lentejuelas, penachos y sonajas,
    y han llegado a estas fiestas con otras máscaras,
    disfrazados con trampas en el carnaval.
    No cantan; se lamentan, tendidos como zanjas,
    en otras fosas que la garúa horada
    cubiertos con trajes y máscaras extrañas.

    XVIII

    Qué dice el sol del día yacente,
    qué dice la luna de la noche insepulta.
    Flores fugaces en la hierba se abren
    en resplandores que anuncian matanzas.
    Si algo toca esa luz no es el pecho
    sino un torso que amó su desventura;
    so algo respira es el ramo marchito,
    y la furia que arrasa puentes, muros,
    lamentos y palabras que nadie comprende.

    XIX

    El viento es una lápida ligera
    sobre las fosas, y la lápida un muñón
    que sangra: último fragmento o suspiro
    de una pasión sin razón ni sueño.
    Tantas cosas han sucedido, tantas cosas
    han pasado como estaciones, de un momento
    a otro, en los recodos, en las calles,
    en las plazas con estatuas mutiladas.
    Ojos que no ve, corazones que ya no sienten
    junto a los hijos muertos, a la intemperie.

    XX

    Es la íntima alegría del canto
    lo que nos queda, lo que sobrevive
    y sobrevivirá en la noche perfecta.
    Llegamos juntos de otras tierras
    y partiremos separados, sin efigies
    ni monumentos, como ellos.

    XXI

    Y ahora, todo tan nuevo, tan lustral,
    que lo que se piensa se hace y florece.
    La ráfaga es la brisa, el disparo un silbido
    que no hiere o destroza sino encanta.
    Se encontró lo perdido, se continúa el camino
    con otras huellas que no se arrastran ni huyen.
    Un estampido de palomas recorre el cielo.
    Es una espiga el sueño, el grano de trigo
    el pan, alimentos de la alegría.

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