Ricardo Peña Barrenechea. Obra poética completa



Ricardo Peña Barrenechea. Obra Poética Completa (PUC, 2005)

El poeta Ricardo Peña Barrenechea (Lima, 1896-1939) perteneció a nuestra brillante generación del 30, la de su hermano Enrique, Martín Adán, Emilio A. Westphalen, César Moro y Carlos Oquendo de Amat. Publicó pocos libros durante su breve vida, obras que lo mostraban, en palabras de Martín Adán, como "Poeta, verdadero y grande poeta". A su muerte dejó una buena cantidad de textos inéditos; algunos ordenados y catalogados por él mismo, otros en manuscritos dispersos. Tras años de trabajo de recopilación, el poeta y crítico Ricardo Silva-Santisteban ha reunido la Obra Poética Completa (PUC, 2005) de Ricardo Peña Barrenechea en dos tomos publicados por el Rectorado de la Universidad Católica.

Los primeros poemas de Ricardo Peña comenzaron a aparecer en revistas limeñas hacia 1915. En el libro Floración (1924) ya se podían apreciar algunas de las constantes de toda su obra, desde el excelente manejo del verso hasta la creación (como en la obra de José María Eguren y los simbolistas en general) de un universo lírico sumamente personal. Este mundo subjetivo es una especie de jardín aislado del devenir histórico, un jardín donde lo feérico y la inocencia se conjugan con la belleza y pureza de la naturaleza: "Arrobadoras mañanas, / claras, azules, lozanas / cual un jardín de Quimeras / Vosotras sois mis hermanas... ".

Hacia 1930 esta poesía da un gran salto cualitativo. Lo cuenta el propio autor: "Caí gravemente enfermo. Durante mi convalecencia no tenía recuerdo de nada y tuve que orientarme hacia mi subconsciencia; me di a ella desordenadamente... apelé al símbolo y oculté a los ojos de los demás mi Destino". Con estas palabras, Peña comentaba los poemas de Eclipse de una tarde gongorina (1932), uno de sus mejores libros. El rigor formal y la riqueza de las imágenes hicieron que el poemario -escrito casi todo en tercetos, a la manera de La Divina Comedia- alcanzara unánime reconocimiento en nuestro medio, y hasta elogiosos comentarios de personalidades como el mexicano Alfonso Reyes.

Con la salud siempre resquebrajada, Peña escribió entonces lo más importante de su obra: Instancias de la angustia, Lucimiento y desvelo, Cántico lineal (publicados póstumamente), Discurso de los amantes que vuelven (1934), entre otros poemarios. Por aquellos años incursionó en el romance (forma estrófica de origen popular) y el poema dramático, coincidiendo en ambos aspectos con la obra que entonces desarrollaba Federico García Lorca en España. A Romancero de las sierras, publicado por Peña en 1938 se suman aquí dos colecciones inéditas de Romances y canciones (1934-1939), además de cuatro poemas dramáticos, entre los que destacan Bandolero niño y Don lobo de la luna verde.

Después de su muerte, Peña se convirtió en algo así como un "autor de culto", sumamente apreciado por críticos (Ricardo González Vigil tiene dos tesis académicas sobre su obra) y poetas de todas las generaciones. Al emotivo elogio de Martín Adán ("...es, en nuestra literatura, una figura ejemplar") se suman otros similares, como los de Javier Sologuren ("Siempre estuvo Ricardo Peña en constancia de lucidez poética...") y Ricardo Silva-Santisteban, autor del prólogo de este libro, quien destaca "su inspirada gracia poética, su intenso lirismo, su fina musicalidad...". Obra poética completa reúne por fin y pone al alcance de los lectores el valioso legado de uno de nuestros más talentosos poetas.

1 comentario:

  1. Algunos poemas de Eclipse de una tarde gongorina.

    I

    Luna de sal en campo abierto.
    Estrella de agua y río aurora
    pintan los soles del desierto.

    Nevada gruta de Aladino.
    Un niño nuevo en cada hora
    con sus naranjos de platino.

    De verdemar estira el prado
    cuando rebosan negras plumas
    por su amazonas colorado.

    Nácar de cielo en la ribera
    de un día azul con manchas brumas
    y su sonrisa marinera.

    II

    Víbora de ojos de zafiro.
    Góndola blanca que patina
    sobre montañas de papiro.

    Azogues noches de culebra.
    Leve girándula argentina
    con el negror de la ginebra.

    corza de piernas nacaradas
    sus ojos son dos medialunas,
    sus voces lluvia de granadas.

    Estrella blanca del castaño
    salida al viento de las dunas
    entre archipiélagos de estaño.

    III

    El río empuja la mañana.
    Sobre cristal de verde roca
    su piel morena de avellana.

    El sol detrás del laberinto.
    Yo vi llover junto a mi boca
    sus ojos de agua de corinto.

    En piel de espejos de aceituna
    se acuesta el cielo como un niño,
    navega el pájaro de luna.

    Mares de azules maravillas.
    Del negro helor de su corpiño
    nacen estrellas amarillas

    IV

    Niña de holanda vaporosa.
    Rodaja ayer de un claro sueño
    hoy carne y pies de mariposa.

    En noches de asias bandolinas
    colma su carne marfileña
    mis soledades submarinas.

    Siéntola azul y verde espuma
    si en sus axilas mi cabeza
    se aduerme clara leve pluma.

    Es todo rojo el ojo nilo
    cuando resbala por mi espalda
    a lengua y flor de cocodrilo.

    V

    En malva azul tendida niña,
    geranio de ojos de gacela
    sobre el cristal de la campiña.

    La pierna corre por la arena
    -lebrel de espuma que despide
    la nalga limpia azul morena.

    Es negro el pelo que la encinta
    desde la nuca hasta el ombligo
    -azul morena y verde en pinta.

    Fulgor de aristas y querubes.
    Jugando a solas con el sexo
    se van sus ojos por las nubes.

    VI

    Avispa de oro su cintura
    corría en plata azul de cielo,
    en terciopelo de alba pura.

    Su rostro árabe vertía
    no sé qué vaga espuma,
    toda la carne azul del día.

    Volaba al cielo su sonrisa,
    y era su pelo negra planta
    que olía a tierra y mar de brisa.

    Desnuda sale a mar nevado
    con un suspiro entre los dedos
    y el corazón en colorado.

    VII

    Luna de vidrio morado.
    En el acuario una niña
    viste de pez colorado.

    Lluvia de perla marina.
    Niebla vaga y bucle armiño
    y su andar de golondrina.

    En rosal azul estío
    su corazón enclavado
    como sol dentro de un río.

    Ojos que el cielo perfuma.
    De su boca el mar salado
    vierte corales de espuma.

    VIII

    El mar pintó la esmeralda.
    El pavón del arco iris
    el carrusel de la falda.

    Volcán de carne lunada.
    Siberia lame sus senos,
    la mar negra su mirada.

    Sembrando rosas el río
    el aire trepa sus piernas
    con los naranjos del hastío.

    Florón de pájaros rojos
    con la lengua encarrujada
    y sin pene ante sus ojos.

    IX

    Barco con pies de paloma.
    Rizo verde y pie de almendro
    el sol desnuda la toma.

    En sus ojeras el alba.
    Todo el collar de las brisas
    al rededor de sus nalgas.

    Lirio blanco y lirio rosa.
    Sus voces salen al mar
    vestidas de mariposas.

    Soledad sus ojos nombra.
    Y su ombligo – río de algas
    donde ameriza mi sombra.

    X

    Naranjas niñas del sol.
    Por cielo y mar las gaviotas
    a lomos de caracol.

    Senos de rubias doncellas.
    Brisa enana y dedos ángeles
    saludan hoy las estrellas.

    Tarde de otoño marino.
    La luna rota en las manos,
    y todo el mar en el vino.

    Cielos de piel ambarina
    con olor a carne virgen
    y sabor a golondrina.

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