Crónicas del argonauta ciego


El escritor y diplomático Carlos Herrera (Arequipa, 1961) publicó su primer libro de cuentos, Morgana, en 1986, pero recién sería con su novela Blanco y negro (1995) que llamaría la atención de la crítica. A partir de ese libro, un singular relato de carácter metaliterario, fue considerado como uno de los principales integrantes de la primera promoción de narradores peruanos “posmodernos” que incluye a autores tan diversos como Mario Bellatin, Fernando Iwasaki, Javier Arévalo y el exitoso Jaime Bayly. Herrera continuó desarrollando su obra con diversos libros de cuentos, entre los que destacó nítidamente Crónicas del argonauta ciego (2002), que intentaba unir la narrativa breve con la reflexión aforística. Recientemente Herrera ha publicado una nueva versión, corregida y aumentada, de ese libro, como parte de la colección Biblioteca Breve de la editorial Seix Barral.

Basadas en los diálogos entre un anciano viajero, el argonauta ciego, y un innominado joven, estas crónicas son un conjunto de cien textos cortos (en la versión original eran solo 64), de una o dos páginas, en los que se suele partir de la descripción de lugares y animales fantásticos para llegar a una reflexión de carácter moral siempre cargada con grandes dosis de escepticismo e ironía. Describe, por ejemplo, a un animal llamado bolloro: “pelota de treinta centímetros de diámetro, cubierta de una tenue piel, ojos vacuos y una fila de pequeños pedúnculos”. Finalmente, el bolloro deviene en una especie de alegoría de la resignación y humildad: “sufre el bolloro en silencio y sin manchas de sangre...”. Otras veces el animal y su significado metafórico se unifican: “El rumor... es esférico y cubierto de excrecencias que sirven ora de bocas, ora de pedúnculos mientras va rodando”.

Estos recursos vinculan a Crónicas... con una tradición narrativa que tiene su origen en las Fábulas de Esopo y su mayor exponente en Los viajes de Gulliver de Swift, con sus yahoos y houyhnhnms. Herrera logra las mejores páginas de este libro, las más imaginativas y personales, cuando describe su peculiar bestiario: el aprioste, humilde animal de cinco patas; el manglur, serpiente gorda y unípara; y muchos otros. Y también cuando cuenta las extrañas costumbres de pueblos imaginarios, que grafican lo que puede pasar cuando una sociedad lleva hasta el extremo alguna virtud. Así, en breves pero precisos trazos, se nos presenta a los organizados y disciplinados mnénticos, a los pacíficos y resignados mirtasinos, a los desenfrenados hocenos o a los lacónicos pocusonas.

Pero Herrera cede ante el eclecticismo y la tendencia al pastiche, y por eso combina estos buenos relatos swiftianos con otra tradición literaria muy distinta y mucho más actual, la de los libros de reflexiones de personajes ficticios, en la línea de El profeta de Khalil Gibrán y Así habló Zaratustra de Nietzsche (modelos extremos y opuestos), que buscan la belleza de la imagen y la contundencia del aforismo. El referente más cercano, tanto estilísticamente como por el escepticismo e ironía, es Los dichos de Luder de Julio Ramón Ribeyro. Herrera reconoce esta deuda y deja constancia de ella en estas Crónicas del argonauta ciego: “Le dicen (al argonauta): Hay en el pueblo alguien que se te asemeja. El viejo Ludo no cree en nada. Pasa sus días tendido, con un gesto despectivo, tomando infusiones y comiendo pan seco”.

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