Hombres sin mujeres

El mejor Murakami


El narrador japonés Haruki Murakami (Kioto, 1949) es, desde hace más de diez años, uno de los escritores más leídos en todo el mundo y un nombre infaltable en las listas de candidatos al Premio Nobel de Literatura. Ese éxito “universal” de su obra se debe en gran medida a que en ella se fusionan una serie de elementos aparentemente opuestos: lo occidental y lo oriental, lo clásico y lo posmoderno, lo fantástico y lo cotidiano. A pesar de los cuestionamientos de un buen sector de la crítica (por ciertas repeticiones y “concesiones” al gran público lector), Murakami cada cierto tiempo nos entrega excelentes libros, que demuestran que sigue siendo un muy buen escritor. Es el caso del recientemente publicado libro de cuentos Hombres sin mujeres (Tusquets, 2015).

Son seis los cuentos que el autor ha reunido en este volumen (en la edición en español se ha añadido un cuento más, “Samsa enamorado”, que desentona en el conjunto), relatos bastante extensos y todos sobre un mismo tema: la soledad en la que queda un hombre que ha sido abandonado por la mujer que amó intensamente. En este aspecto, el relato emblemático es “Un órgano independiente”, en el que el doctor Tokai, un exitoso cirujano plástico, opuesto al matrimonio y a cualquier tipo de compromiso, se convierte en el amante de una mujer casada. Poco a poco se va enamorando de ella, hasta que sorpresivamente esa mujer desaparece: abandona a su esposo y su hogar para fugarse con otro amante. La agudeza y precisión con que Murakami describe el proceso de deterioro personal de Tokai (que finalmente lo lleva a la muerte) es una muestra del dominio del arte narrativo alcanzado por el autor.

Por supuesto, en estos relatos están presentes todos los elementos característicos del llamado “Mundo Murakami”: la música popular anglosajona (jazz, Beatles), lo onírico, los gatos y los animales con funciones simbólicas. Pero toda esa parafernalia no es una finalidad en sí misma (como en algunos libros anteriores) sino que está supeditada a sus funciones dentro del relato. “Kino”, por ejemplo, es un cuento que reúne muchos de esos elementos: Kino es el joven dueño de un pequeño bar en el que se escucha canciones clásicas del jazz (en discos de vinilo) y en el que hasta hay una misteriosa gata callejera. Pero el relato siempre está enfocado en los temores y la necesidad de evasión de Kino, originadas por el shock de haber descubierto accidentalmente a su esposa engañándolo con su mejor amigo.

Todos los relatos constituyen interesantes variaciones del mismo tema, y entre ellos destacan, además de los ya mencionados “Drive my car” (de título beatlemaníaco) y “Scherazade”, en el que una mujer no muy agraciada logra mantener fascinado al amante con el que se encuentra una vez a la semana, más que nada gracias a las historias que le cuenta, y que casi siempre deja inconclusas. A esta implícita “arte poética” se suma el relato que da título al libro, el texto más breve y el que aborda el tema central de manera más directa. Sin duda, Hombres sin mujeres resulta un feliz reencuentro con el mejor Murakami.

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