Aunque es de noche


Marco Martos. Aunque es de noche (Hipocampo, 2006)

Uno de los poetas emblemáticos de la llamada “generación del 60”, Marco Martos (Piura, 1942)parece haber alcanzado la necesaria madurez personal y literaria como para abordar, con buenos resultados poéticos, los más diversos temas: la ética en El mar de las tinieblas (1999), el arte musical en Sílabas de música (2003), el ajedrez en Jaque perpetuo (2003). En su nuevo poemario, Aunque es de noche (Hipocampo, 2006), Martos parte del conocido verso de San Juan de la Cruz –el más importante representante de la poesía mística en español- para entregarnos un conjunto de poemas en los que reflexiona sobre su búsqueda espiritual y el reencuentro con la fe religiosa y con Dios.

En la primera mitad del libro, dos extensos poemas parecen resumir toda la experiencia mística. El primero de ellos, Noche oscura (título también tomado de San Juan), muestra a un “yo poético” inmerso en la angustia y desolación (“No hay nada más oscuro que esta soledad”), que busca a Dios a través del ascetismo (“limpio el corazón / limpio la palabra / limpio la ventana/ para que Dios entre”), la oración y el ejemplo de las vidas de San Francisco, San Agustín y Santa Teresa. En Letanías, el encuentro con Dios ya se ha producido y el poeta pasa de lo oscuro a lo luminoso, de la tristeza a las jubilosas loas: “Te doy alabanza sin pausa ni término. / Llego a tu trono como buen vasallo / que tiene al mejor Señor del mundo...

El resto de poemas son más breves y en ellos Martos continúa, sin apartarse de la temática religiosa y trascendental, con dos prácticas habituales en sus más recientes libros. En la sección Penates, el poeta retorna, como en una sección similar del libro Cabellera de Berenice (1994), a los ambientes y personajes de su infancia piurana: “Por ahí deambula todavía / en las noches mi hermano muerto / tan, tan niño” (El aroma de las casas). Y en un importante grupo de textos hace “hablar” a ciertos personajes históricos, apelando al lenguaje, la retórica y episodios de su propia época, como en los poemas Reflexión sobre la Torah y La Torah en su nuez, cuya escritura atribuye a “Moisés de León (1290)”.

Pero incluso en sus poemas más personales –Noche oscura y Letanías- Martos parece estar hablando a través de otros. Especialmente San Juan de la Cruz, aludido en los títulos mencionados, en los aspectos formales (métrica, adjetivos, tropos) y hasta en los símbolos más característicos de su poesía: la noche oscura, Dios como el fuego donde el alma humana “se va quemando”, y el “matrimonio místico”, en que el alma es lo femenino (“mantiene condición de enamorada”) y Dios lo masculino. A pesar del excelente manejo de la versificación y virtuosismo retórico, la religiosidad que estos poemas describen está tan cargada de tópicos literarios que cuesta asumirla como una experiencia real del autor.

No deja de sorprender que, a pesar del agnosticismo dominante, ya sean dos los poetas de nuestra generación del 60 que han escrito sobre su búsqueda de Dios y retorno a la religiosidad católica. Antonio Cisneros lo hizo en El libro de Dios y de los húngaros (1978), aunque sus opciones poéticas (coloquialismos, ironía, situaciones de la vida cotidiana) fueron radicalmente opuestas. Más libresco -casi borgiano- e instalado dentro de la tradición literaria en español, Marco Martos recupera en los poemas de Aunque es de noche el valioso legado de los místicos de los siglos XVI y XVII.

1 comentario:

Javier Ágreda dijo...

Copio uno de los poemas de Aunque es de noche



Letanías

Señor, veo tu rostro en los otros,
en el hombre que sonríe en la cumbre
de la montaña cuando por fin halla
a su niño perdido en la maleza,
en la luz del sol que cruza con pájaros
los cristales ardientes del verano,
Señor, veo tu rostro en la alegría
del que trabaja todas las mañanas,
llevando rosas, mendrugos de pan,
porciones de luz iluminando
los rincones de su morada lóbrega,
veo tu rostro, Señor, en la luna,
tan bella que anonada al que mira,
resplandor fulgurante de los campos,
en esa oveja que bala buscando
a su madre que acude presurosa,
en la naturalidad del azul mar
trabajando incansable con sus olas,
veo tu rostro en la sucesión
de días y noches siempre puntuales,
anunciando la primavera verde
de ramas, roja de pinzones,
grito de niños corriendo muy libres,
veo tu rostro, señor, en la belleza
pálida del invierno con su frío,
en las hojas rosadas del otoño,
pronto estallido de luz del estío,
Señor, en lo que cambia y permanece,
admiro tu voluntad con los hombres.

Hemos venido al mundo porque quieres,
tu voluntad contrito aceptamos,
vivimos en el mundo lo mejor
que podemos, con tu misericordia
algo por fin logramos, excelencia
que nace en ti y nosotros guardamos,
no nos dejes caer en tentación,
pues así todos los hombres perdemos.

Recuerdo al mar de la infancia, lejos
de todos los que hablaban en el pueblo,
a mi hermano ahogándose pronto,
y a tu mano, Señor, con otro nombre,
devolviendo la vida a ese muchacho
para que cumpla serena su ciclo,
recuerdo vivamente ese milagro
que me acompaña en los días y noches,
días y noches que tú me regalas,
te doy alabanza sin pausa ni término.

Te doy alabanza sin pausa ni término
porque me has dado resignación suave
en los pesares más hondos y propios
de oscuras hojas del viento, débiles.
¿Cómo puede resistir el cristal
altas temperaturas de vida
en las calderas hirvientes del día?
Sólo porque tú lo quieres, Señor,
dándonos fuerzas en lo más oscuro.
Te doy alabanza sin pausa ni término.

Llego a tu trono como buen vasallo
que tiene al mejor Señor del mundo,
que recibe la vida de su Dios,
y que corresponde bien, como puede.
Mucho puedo, Señor, si me das fuerzas,
nada puedo, Señor, si me abandonas,
para tu alabanza son mis trabajos,
los dones que das los considero
una semilla para cultivar
la tierra eriaza de mi propia vida
y vivo cada día la sorpresa
de hacer cosas que jamás he soñado.
Llego a tu trono como el vasallo
que tiene al mejor Señor del mundo.

El río que entra al mar con su gran fuerza
pronto se diluye en lo salado,
nadie diría viéndolo que estuvo,
riachuelo feliz, en las montañas,
que iluminó enormes arboledas
y dio sus aguas a todos los pájaros,
nadie diría que sus aguas marrones
llevaban toda vida, toda muerte,
hoy esa turbulencia es la nada,
azul desconocido de belleza,
debió finar en aguas poderosas
para renacer hecho diferente
con los atributos que el mismo Dios
da a los piadosos bienaventurados
que transforman su vida más allá
de la muerte, pues son los elegidos.

Señor, elige otra vez a tu pueblo,
dale tu voz pues mucho la requiere,
aconséjalo en lo más difícil,
aconséjalo cuando te lo pida,
aconséjalo si duerme descuidado.
El pueblo es como blanca oveja
que se pierde en los campor y bala,
añorando el redil, el agua mansa,
que fluye de tus manos, Señor mío.
Regresa de tinieblas entropado
a la lumbre de las limpias cocinas,
busca comer, reposarse, dormir
y despertar alegre en tu seno.
Ayúdalo, Señor, con tu perdón.

Ilumíname, para que pergeñe
límpidas alabanzas a tu reino
mientras vivo en mi noche más oscura,
mientras me tientan las cosas del mundo,
la efímera belleza de lo humano,
el tedio de los días parecidos.
Despiértame, mi Señor, hazme tuyo,
pon el incienso en mi débil pluma.
El hombre esta hecho por ti, mi Señor,
en ti encuentra su justa salvación,
en ti encuentra todo lo que apetece,
la luz de sus sueños y los que ignora.
Cuando entiende un conocimiento besa
la mano tuya, rey del Universo.
Los objetos materiales se mueven
gracias a la fuerza de la gravedad,
al movimiento de los electrones,
al bullicio en el núcleo del átomo.
Eso bien se conoce por los físicos
eminentes de los laboratorios.
Lo que se entiende poco son las fuerzas
que parecen débiles pero mueven
en aparente capricho el planeta
y que responden a tu voluntad
omnímoda, serena y milagrosa.

Regresa un hombre a su antigua casa
avisado por su corazón sólo
para hallar el corazón de su padre
que se ha cansado de vivir y muere.
Un guerrero samurai se despierta
en el dintel del fuerte que resguarda
exactamente en el momento justo
que se necesita su blanca espada.
Llego a la amiga casa y descubro,
sin que nadie me lo diga en palabras,
que ha habido un pleito descomunal
y varias personas descalabradas.
Un ventarrón helado me musita
un temblor en el otro lado del mundo.

Cada día es milagro para el hombre.
Nace cada mañana, cada tarde,
y volver a nacer en la madrugada
en medio de caprichos del azar,
es milagro que apenas lo sabemos.
Se muere en el instante y se vive
por la gracia de Dios y sin razón
aparente, no hay ciencia que nos anuncie
el momento exacto de nuestra muerte.
En todo lo que hacemos está Dios
iluminando con su blanca antorcha
la inteligencia menguada, aturdida,
del ser humano, animal sagrado
por la divina voluntad ignota.

Así pasamos todos nuestros días,
marcados por la voluntad divina
y nacemos llorando el paraíso,
vientre de nuestra madre sacrosanto,
conocemos el mundo en ese pecho
hecho para libar cierta ambrosía
indispensable para crecer pronto
y lanzarnos orondos por el mundo.
Nos protege una sombra, un ángel fino,
heraldo del mismo Dios Jesucristo,
tropezamos, caemos, erramos
y nos parece toda noche eterna.
Soplo divino viene en nuestra ayuda,
rayo de sol en medianoche plena.

Dios mío, nada soy sin tu presencia,
nada sin tu divina voluntad,
perdido estoy en la enorme ciudad,
me pesa como lápida tu ausencia.

Pregunto a la noche por tu inmanencia,
pregunto al ruiseñor por tu quietud,
pregunto a los hombres por su virtud,
ingreso quedo a tu blanca querencia.
Me quedo ahí acomodado a ti
como oveja que tardía regresa
a la casa de su padre y lo besa,
sin hablar, balbuceando un sí.

Desde las tinieblas impenetrables,
anhelo Dios tus palabras amables.