Simulación de la máscara


Tulio Mora. Simulación de la máscara (Hora Zero, 2006)

El poeta Tulio Mora (Huancayo, 1948) realiza en el libro Simulación de la máscara (Hora Zero, 2006) una interesante aproximación e interpretación de las celebraciones populares andinas, de sus tradicionales bailes, máscaras y disfraces. Para ello parte de su propuesta del "poema integral", la fusión de elementos narrativos y ensayísticos con lo propiamente poético. Una fusión que en la obra de Mora, uno de los líderes del polémico movimiento literario Hora Zero (y desde hace algunos años su vocero principal), ha dado resultados tan interesantes como los poemarios Cementerio General (1989) y País interior (1994).

Los nueve poemas de la primera sección del libro, titulada Contra el hastío y el silencio, son los más reflexivos. En ellos la fiesta es definida siguiendo los ya conocidos planteamientos de Eliade y Bajtín, relacionándola con el retorno al tiempo sagrado y con la dinámica social propia del carnaval. Los poemas Origen de la fiesta y La ley de la fiesta plantean que quienes participan en estas celebraciones populares, al transgredir las leyes humanas (personificadas en un "pellejo de policía"), logran acceder al tiempo circular y eterno de los mitos. Mitos que, en este contexto, tienen un inequívoco origen local, como se muestra en los dos poemas titulados Escena de danza, que describen imágenes de vasijas prehispánicas encontradas en el norte del país.

En la segunda y última sección, Permanencia de la brevedad, la mayoría de los 21 poemas tratan sobre festividades específicas, pero no desde las perspectiva de un simple observador sino de alguien que participa y vive plenamente la experiencia: "damos vueltas con serpentinas en el cuello...", "Cascada de arpas que baja por mi desconcierto..." Por eso la objetividad, orden y rigor descriptivo son dejados de lado (se omite hasta el nombre de la danza o festividad) por un discurso poético sumamente trabajado, tanto en lo que respecta al lenguaje como en las imágenes y metáforas: "un danzante saltando blanco en lo blanco, mientras el golpe de sus tijeras embarulla el paisaje cegado".

Gracias a ese trabajo literario, Mora nos entrega un buen número de textos bastante logrados; pero en otros, lamentablemente, la afanosa búsqueda de originalidad y efectismo poético le hace perder el rumbo. Así llega a describir cierta alegría religiosa como "la fe / que te emperra jubiloso" (el símil es con la alegría de un perro), y encuentra en una danzante "la arrogante / cáscara del deseo en las sonajas de sus senos". También resulta excesiva la adjetivación, que va de los lugares comunes hasta las metáforas fallidas: "los jadeos ansiosos de la carne / el amor inacabable / expulsando al miedo escarbador". Además, se incluye un par de poemas (Tratanakuy y Doctorcito) centrados en la figura de Vladimiro Montesinos, de muy inferior factura y sin ninguna relación con la temática del libro.

Existen versiones previas de algunos de estos textos en una plaqueta que Mora publicó en 1998. Ahí el poema La doble muerte aparece con el explícito título de Tumbamonte y está escrito con una retórica menos ostentosa y más apropiadamente subordinada al propósito del texto, la reflexión sobre la festividad. Simulación de la máscara es, en líneas generales, un buen libro, pues sus interesantes y valiosas propuestas llegan a plasmarse literariamente en poemas como Biografía de una máscara, Consolación del olvido y Permanencia de la brevedad.

1 comentario:

Javier Ágreda dijo...

Copio algunos poemas de Simulación de la máscara



ORIGEN DE LA FIESTA

Y sin más ciudadanía
que los jadeos ansiosos de la carne,
el amor inacabable
expulsando al miedo escarbador
con el incendio de sus ganas
en la sombra de una máscara
ingresaron
donde fueron otros, ellos, verdaderos.

Y con flores de escarcha en cada vuelta
anudamos
este pacto contra el silencio y el hastío
que reanudamos para tolerar
el dilatado tiempo
y su desjugamiento,
burlándonos de la eternidad
desde la mueca de los bailes.


BIOGRAFÍA DE UNA MÁSCARA

hay silencios escritos por su revés,
burlas resueltas por el tamaño de la traición.

El cartón de los nadie
en la protuberante nariz,
el sucio de tus calzones para las deudas pendientes
y toda la inmensa carroña de tu alma chacotera
metiéndose en la biografía de una máscara.

La pintura de los ninguno
en la ceja de los distantes
el ojo redondo del fisgoneo por el que ascienden
torbellinos tragados a diario.

A través de la calle una ruma de espantos
nos va enseñando que otro arte reencarna
a los no perfectos bajo su costra:
falsificaciones negando la desnudez del rostro,
trazos que ruedan por calaminas de la memoria.

¿Muecas o carcajadas?
Oyes la insinuación de la pandilla remolona
tras el galpón y ese guapido como lengua del aire
empeora la lluvia,
oyes la respiración de la fiesta
y de los musgos
de sus fantasmas brotan los personajes de una novela:
alcaldes, doctores, jueces y gamonales,
la galería de la vida sin dones ni perdones.

Los ninguno de voz
impostada intercambian las soeces de su costumbre
tras ese exorcismo incendiario en su ambigüedad.

Caricaturas,
borrones de la venganza en cosas de palo y alambre,
costuras que alejan
y el carnaval de los sátiros mece a su dios en ondas de plata.

¿Qué bailan
mientras dicen detrás de la máscara,
de qué se acuerdan?

La danza es su escrita mudanza.



RELIGIÓN DEL CUY

En cuanto al cuy
mi abuela como el buey Vallejo
tenía su propia religión.

Es decir lo aventajaba
en las vísceras leyendo
pasiones y traiciones de la especie
cuando ella guarnecía
esos cadáveres dorados
con orillas de humosas papas.

Cruz de perejil
hundiendo salvas de arroz
en cucharón de huacatay,
queso fresco
reordenando el mundo
con espesas abluciones
de maní y ají.

Pero más por el enigma
de la astilla
tallada como un zorro
que sólo diestros comensales
extraían de cuarteados cráneos
mostrándola en las yemas
de los dedos.

Ahora empuja
una copa de anís
despachando la fe
que te emperra jubiloso.



EMPAPADO DE VOCES

De sus saltos sobre la fogata,
en el
instante que de la sombra emergen
los perfiles de tres muchachas,
inferimos
que todo tambor es una cascada
contenta,
que la selva se anuda
cascabeles a los tobillos
para que la abundancia de sus sonidos
sea el rastro por donde
los dardos inmateriales
atraviesan el aire con una fe poderosa.

Los que asistimos a la ceremonia
contemplamos la cabeza de la luna
en un cesto de yucas
enmudecidos hasta que el aliento del mimo
segrega una forma:
liebre o lagarto
empapada de voces, las robustas voces
de las hojas mojadas
y del río que transcribe
la pregunta de su permanencia:
¿qué me impulsa a cruzar
el mismo lecho,
quién alimenta mi adentro
de rugidos concéntricos?

Tal vez la danza, piensan las tres
hermanas,
inmóviles en una esquina donde tiras
de luz
entretejen sobre sus muslos
el consuelo del triple marido
que baila un repetido fracaso.

Cae la lluvia hembra en un cuenco de calabaza,
su ligereza se pierde en la niebla tupida
por donde avanza el danzante
transformado en cazador



LA DOBLE MUERTE

Derribando
irguiendo adornando con los frutos de otros
árboles
derribando otra vez
astillando ideal
a golpe resucitador de una doble muerte
damos vueltas con serpentinas en el cuello
y el hacha reluciente en las manos
damos vueltas alrededor de los músicos y
alrededor de los remolinos de polvo
querríamos permanecer
circunstantes en la criatura umbrosa del paraíso
cuyos dones cuelgan
al alcance de nuestra saciedad
evitándonos la fatiga del trabajo en las sierras del día
y sólo el placer de rotar y rotar
embrazados bajo su sombra generosa
y sólo elevarnos en los círculos del vacío
irguiendo adornando
otra vez derribando
hasta que todo en la negrura estalle
criaturas crueles y tontas.


PERMANENCIA DE LA BREVEDAD

La sombra que suda la madrugada en un salinar es un danzante saltando blanco en lo blanco, mientras el golpe de sus tijeras embarulla el paisaje cegado.

No hay cielo, no hay lejanía, apenas el ágil sueño del movimiento puro donde traje y montera, tatuados de siempre, y las zapatillas limpias del viento, torsionan su propio júbilo en una oración acrobática.

Arpa y violín reconcilian la copia de esa nostalgia, una imagen gastada de tanta blancura que alza remolinos de escarcha, vidrio aturdido, flemones de sal y tibieza, hasta que se diluye, endógama, en la nobleza de su gratuidad.

Nadie presencia esa danza afantasmada en el esquivo desierto: impulso, goteo, obstinación de la nada.

¿De la nada?

Cuando otro tiempo se despelleje –aquel en que un dios horizontal descienda al abismo de las resignaciones y duelistas y acongojados paseen su cuerpo por calles de hastío tras bandas agónicas- entenderemos la tregua de esta ebriedad que abre hendijas al rocío y cuartea paisajes para que emerja el otro, el diablo impurgable en la malaria de su baile apurando la celebración de su edad.

Para ese otro que niega el remordimiento y el miedo, agotando su cuerpo con cabriolas de espejo, reconocerse perecedero es el pacto y el parto: es una prueba de soledad convocando con el golpe vibrante de las hojas metálicas una alegría ya casi ajena, casi remota, como el trazo circular de una rama en el hondo plato de la noche.

Ellos piden la eternidad cruzando montañas de penitencia, él apenas, en el sonido baldío e inútil que preñan las piedras, la permanencia de la brevedad.