Mario Vargas Llosa. Reportero a los quince años


Juan Gargurevich. Mario Vargas Llosa. Reportero a los quince años (PUC, 2005)

Después de dejar el Colegio Militar Leoncio Prado, y antes de concluir sus estudios secundarios, Mario Vargas Llosa fue llevado por su padre (representante de una agencia internacional de noticias) a hacer prácticas como periodista al diario La Crónica. Era el verano de 1952 y en el Perú gobernaba el dictador Manuel Odría, así que no debe sorprender que mucho de la historia del "Zavalita" de Conversación en La Catedral (1969) esté basado en esa experiencia del joven "Varguitas" en La Crónica. A esa época y ambiente está dedicado el libro Mario Vargas Llosa. Reportero a los quince años (PUC, 2005) del periodista e historiador Juan Gargurevich.

En esta temprana incursión periodística MVLL no escribió en absoluto sobre temas literarios o culturales, como sucedería a partir de 1954. En el tabloide La Crónica trabajó como redactor de noticias bajo las órdenes del periodista Gastón Aguirre Morales ("Arispe" en CELC), hijo del escritor Augusto Aguirre M., y del jefe de policiales Luis Becerra ("Becerrita"). Además hizo amistad con otros redactores -Carlos Ney ("Carlitos"), Milton von Hesse ("Milton")- quienes con el experimentado Becerra integraban un grupo bohemio que solía terminar las noches en algún prostíbulo. Al enterarse de estas actividades "extra-laborales", fue el propio padre de Vargas Llosa quien hizo renunciar a su hijo.

Gargurevich, dedicado desde hace años a investigar la historia del periodismo peruano, también trabajó en La Crónica de los 50’s y enfoca esa etapa de distintos modos. En el capítulo Vargas Llosa en La Crónica rememora las vivencias del escritor en ese diario, a veces narrándolas novelescamente, y también reproduce algunos de sus artículos de entonces. En La conversación... en Lima, pasa revista a las diversas reacciones que provocó la novela de MVLL entre los periodistas limeños. Por último, en Los reales protagonistas, rememora (a partir de largas conversaciones con Carlos Ney y Juan Marcoz) las vidas de algunos de los periodistas en los que están basados personajes de CELC.

No hay sorpresas sobre este periodo de la vida de MVLL, pues él mismo lo ha contado casi todo, tanto en CELC como en su libro de memorias El pez en el agua (1993). Entre sus artículos periodísticos recuperados figuran algunas notas policiales y también las crónicas con las que participó en la sección "Nuestros redactores", entre ellas Algunas consideraciones sobre el chiste, Cuidado con las boticas y Un espectáculo sensacional, esta última sobre el "catchascán", entonces tan popular que hasta Roland Barthes le dedicó el primer ensayo de Mitologías.

Pero lo más valioso de MVLL Reportero... es la recreación del bohemio periodismo limeño de aquella época, con sus ambientes característicos: "el eje era el periódico, pero también estaban los restaurantes, las comisarías y la Prefectura" recuerda Marcoz, dejando de mencionar otro ámbito importante, los prostíbulos, infaltables en las novelas iniciales de MVLL. En uno de ellos el quinceañero Mario conoció a Magda: "... creo que me enamoré de ella, aunque entonces, sin lugar a dudas, no se lo habría contado a ninguno de mis amigos de bohemia", cita Gargurevich de una de las páginas en que el novelista rememora "aquel verano de hombre grande".

1 comentario:

Javier Ágreda dijo...

Copio una de las crónicas incluidas en el libro.


UN ESPECTÁCULO SENSACIONAL

Mario Vargas Llosa.

El Toro Rompecráneos halaba ferozmente la oreja del Tigre Triturador, y éste, con la boca abierta y los ojos saltados profería atronadores bufidos. Pero Rompecráneos seguía impasible en su tarea de halar la oreja de su rival. De pronto Triturador lanza un gruñido feroz, da media vuelta, se zafa de las manos del Rompecráneos, al mismo tiempo que lo agarra del pantalón –ambos luchadores sólo tenían pantalones de baño- lo levanta y luego de mantenerlo unos segundos en el aire –el público con la boca abierta hizo muecas de placer-, lo lanzó fuera del ring.

“Bravo, bravííííísimo” rugió la multitud – y luego vinieron exclamaciones como éstas: “Qué planchada”, “Imbécil, si ha sido una clavada perfecta”, “qué buenos machetes”, “si es un trome en el zafe”, “¿viste como aprovecha la doble torsión’”, “lástima que no llegó a morderle la oreja; es su llave favorita ¿sabes?”...

Yo estaba completamente mareado. Era la primera vez que asistía a un espectáculo de “catchascán” y no me atrevía a aplaudir o a opinar por temor a que, al igual q’ el primer número (al ver que “Saltaojos de Casma” echaba fuera del ring a “Búfalo asesino”, se me escapase un “bárbaro” y toda la gente que me rodeaba me mirase despreciativamente como a un niño que emitiese una opinión sobre filosofía). Desde entonces no volví a decir ni hacer nada. Sin moverme de mi asiento veía como a tres metros de distancia –estaba en preferencia- dos hombres se tiraban de los pelos, se mordían la cara, se pateaban, se tiraban contra la lona, bufaban, gemían, insultaban y se escupían; y lo más sensacional residía en que siempre, al terminar el número, los luchadores no presentaban ni una sola señal, ni un solo moretón, pese a haber estado durante más de diez minutos “destrozándose” en el ring.

Todo el mundo se divertía enormemente. Al final de cada match, por los altoparlantes, una voz entendida decía cosas más o menos parecidas como éstas: "Y, mis queridos como han podido apreciar la magnífica “toma de espaldas”, del campeón israelita “Pelos en la cara”, ha logrado derrotar al hasta ahora invicto “Apuñaleador de menores”, quien, aunque en los primeros minutos del match logró “conectar” en el rostro del barbón numerosos “tajos”, tuvo que rendirse, cuando éste trenzándole los brazos, y jalándolo, con toda la elegancia de su estilo, los rojizos pelos de la cara, los hizo “abandonar”".

Desgraciadamente no entendía ni siquiera quién había ganado, pero no dejaba de reconocer que todos los luchadores que hasta ese momento habían subido al ring eran verdaderos titanes, ya que, a pesar de haber “volado” muchos de ellos fuera del ring varias veces, y de haber recibido no pocas patadas en el estómago y en la cara, salían sonrientes y plenos de salud. Como para desconcertar a cualquiera.

Pero no parecía creerlo así la gente. Todos eran verdaderos científicos del “catchascán”. Aplaudían en conjunto y pifeaban ambién al mismo tiempo.

Quisiera relatarles -a pesar de mi inexperiencia en estas lides- el penúltimo match del programa. Fue algo fantástico. Inconcebible. Increíble. Fueron diez minutos semejantes a los que pasaban los romanos en sus Circos; pero esta es una comparación muy pequeña, sino fíjense ustedes.

Todo el público, más de 15,000 almas, guardaba silencio. A veces, a media voz, como quien habla sobre cosas prohibidas, se escuchaba algo así como “llegó el momento”, “ahora”, o “por fin”.
Todo estaba a oscuras, salvo el pequeño cuadrilátero, vacío, allá en el centro. De pronto, la voz de los altoparlantes se dejó oír:

"Llegó el momento ansiosamente esperado tanto y tantos días, va a aparecer ante ustedes el famoso, el magnífico, el único en su género, el campeón de los campeones, me refiero a “La Melena Humana”, quien va a enfrentares al brutal, criminal y despanzurrador, luchador que tiene en su haber cientos y cientos de muertes; el campeón de los esquimales “Anteojitos, el Razgado”"...

La multitud respiró honda, triste y alegremente. Fue un suspiro general. El mismo suspiro que profiere el niño cuando le dan un juguete que desea hace mucho, mucho tiempo... De algunos rincones brotaban apagados sollozos; y a mis costados, dos mujeres lloraban en silencio. La voz de los altoparlantes seguía en tono lento.

"Arbitrará este match, de trascendencia mundial, el caballero luchador “Muerdepiernas”, que cansado de la vida y en aras de su augusta profesión, va a sacrificarse en la lucha..."

La multitud gimió, siempre en conjunto. Se oyeron desgarradores gritos y los comentarios se dejaron oír en medio del estruendo “Muerdepiernitas”, “tan bonito como era”, “tan lindo como metía los dedos en los ojos”.

De pronto cesaron los comentarios y los llantos. De no sé donde había trepado al ring un hombre singular. Singular por su indumentaria y su figura. Tenía una especie de botas rojas que le llegaban a las rodillas, una barba larga, anteojos que le cubrían los rasgados ojos. Apenas subió al ring, dio una vuelta, escupiendo a las cuerdas y mirando a la multitud burlonamente. El público cayó de rodillas, las mujeres gritaban “Salve Anteojitos”, “Salve Rasgado”, “Salve”, “Salve”.

En eso subieron dos personas más. “Muerdepiernas” y “La Melena Humana”. El primero llevaba casco, fusil y una cachiporra; al segundo no se le veía porque todo él era una masa de pelo ondulado.

El público quedó estático. Tuve la impresión de que iba a ver algo sensacional.

El combate empezó inmediatamente. “Muerdepiernas” llamó al centro del ring a ambos luchadores y les habló en voz baja, como dándoles instrucciones. De pronto, de entre la mancha de pelo surgió un brazo que lo levantó en peso y lo arrojó al suelo. “Luego se tiró sobre “Anteojitos el Rasgado”. Entonces vi que Anteojito desaparecía entre la maraña de pelo. Hechos una bola rodaron por el ring. Se oía de rato en rato un jadeo feroz. Gritos.

“Anteojitos” mordía con gusto. “Melena Humana” era un experto luchador. Agarraba a Anteojitos por las piernas, lo levantaba en el aire y luego lo tiraba con fuerza al suelo, donde lo pisoteaba a su gusto.

Las cuerdas del ring temblaban y ambos luchadores seguían de pie. El público –todos parados sobre las sillas- aplaudía a rabiar. La lucha parecía no definirse nunca. Seguían los golpes uno tras otros. Tacles, mordiscos, apretones; en fin, una serie de llaves “a cual más incomprensible”...

El match terminó en un segundo. “Anteojitos” salió volando del ring, mientras que “La Melena Humana” caía desmayado sobre la lona. El público salió delirando de entusiasmo.

Había sido “algo único”. Desee ese día me he hecho fanático del catchascán.


(artículo publicado en la página 2 de La Crónica, el 27 de marzo de 1952. Se ha respetado la ortografía original)