Durmientes en escena



Durmientes en escena (y también entre los espectadores)

A más de cuarenta años de su publicación, La casa de las bellas durmientes (1961), del escritor japonés Yasunari Kawabata (1899-1972, Premio Nobel de Literatura 1968) sigue manteniéndose como una de las novelas más originales y reconocidas de las letras contemporáneas. Recientemente el también Nobel Gabriel García Márquez ha publicado Memoria de mis putas tristes (Norma, 2004), un remake caribeño y real maravilloso de la novela, y en el Perú se ha puesto en escena Durmientes, una adaptación para el teatro realizada por Aldo Miyashiro y que cuenta con la dirección de Lourdes Velaochaga.

Resumamos un poco la historia original. Eguchi es un japonés de unos setenta años y ya casi sin actividad sexual, a quien invitan a una extraña casa de citas en la que los ancianos duermen en compañía de bellas adolescentes, desnudas y narcotizadas para que no puedan despertarse. Las sensaciones que experimenta el anciano ante esas jóvenes le hacen rememorar pasajes de su vida y a algunas mujeres de su pasado: su madre, sus amantes, su esposa, sus dos hijas. Aunque no queda muy satisfecho con esa primera visita, vuelve otras cuatro veces hasta que una de las jóvenes muere mientras él duerme a su lado.

Miyashiro y Velaochaga asumen el reto de llevar a escena una historia en la que los sucesos son repetitivos y, peor aún, que casi no tiene diálogos, la base de toda obra teatral. Con una escenografía minimalista y música de fondo japonesa nos presentan al experimentado actor Carlos Gassols como un Eguchi occidental y muy diferente al original. Si el de Kawabata era ceremonioso y observaba minuciosamente hasta el más leve matiz de la piel de las durmientes, el de Miyashiro (por necesidades teatrales) es un anciano casi hiperactivo que se desviste lo más rápido posible y apenas mira a la joven de turno da inicio a una serie de monólogos enfáticos y delirantes (no "interiores" y mesurados como en la novela), además de completamente descontextualizados.

Las violentas entradas y salidas de escena de las mujeres evocadas por Eguchi acentúan el carácter de alucinación o desvarío, sin ayudar mucho a aclarar sus identidades o el papel que desempeñaron en la vida del protagonista. Sólo aquellos espectadores que han leído la novela pueden entender lo que está sucediendo. Pero el mayor error de Miyashiro es no haber resumido un poco las visitas del protagonista a esa casa. Eso implica que Gassols -cuya performance no está, lamentablemente, a la altura de su personaje-, tiene que desvestirse completamente en escena para, pocos minutos después, volver a vestirse, siempre ante nuestra mirada. Y ese proceso debe repetirlo nada menos que cinco veces, para el aburrimiento y hastío de los espectadores.

A pesar de esa respetuosa fidelidad al texto original, o quizás por ella, Durmientes fracasa en su intento de trasladar al lenguaje teatral la temática, profundidad psicológica y sutil erotismo de La casa de las bellas durmientes. El publico asistente sólo ve un espectáculo poco coherente y reiterativo hasta el cansancio; y por eso, ya desde la tercera visita del anciano, se escuchan bostezos y comentarios irónicos. Es una pena que en un medio como el nuestro, en el que las artes escénicas necesita promocionarse y difundirse, Durmientes sólo confirme ese lugar común que hace del teatro "serio" una experiencia tediosa y nada placentera.

DURMIENTES
Dirección: Lourdes Velaochaga
Adaptación: Aldo Miyashiro
Actores: Carlos Gassols, Mariana de Althaus, Pierina Pirotta y Briscila Degregori.
Temporada: del 28 de octubre al 12 de diciembre
Lugar: Teatro Británico (Bellavista 527. Miraflores)
Horario: Jueves a domingo a las 8:00 p.m.

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